Hace
unos días leía una entrevista que Valencia Plaza le hacía a Alejandro Ramón,
concejal del Ayuntamiento de Valencia de Huerta, Agricultura y Alimentación
Sostenible, Emergencia Climática y Transición Energética y Servicios
Funerarios, nada menos. El concejal estaba muy contento porque la ciudad del
Turia ha sido nombrada Capital Verde Europea para el año 2024.
Tras
hablar de la renaturalización de la ciudad, de la movilidad sostenible, de las
energías renovables, de la agricultura “transversal, resiliente, justa e
inclusiva”, de los huertos urbanos, de la energía undimotriz que esperan
extraer de las olas del mar, del autoconsumo y las comunidades energéticas, de
la red de carriles bici y de que, según él, ya son un referente europeo que
quiere copiar hasta París, el concejal se vino arriba y afirmó que “están en
disposición de conseguir el mayor reto en la historia de Valencia: ser en 2030
una ciudad climáticamente neutra”. Ahí es nada.
Leyendo
a este hombre, uno imagina que en Valencia nunca ha habido ningún problema
reseñable, que todo va como la seda y que la única preocupación de los 800.000
habitantes de la ciudad es el cambio climático y la sostenibilidad. Pues no,
señor Ramón. Usted vive en un mundo paralelo.
Primero,
conseguir que la tercera ciudad de España sea climáticamente neutra (o sea, que
contamine 0) en apenas 8 años, no se lo cree ni usted en uno de sus mejores
sueños. Y segundo, ¿de verdad este es el mayor reto que ha tenido su ciudad a
lo largo de sus más de 2.000 años de historia?
¿Y
el cambio climático? Por supuesto que también les preocupa. Nadie quiere vivir
en un estercolero con temperaturas propias del desierto. Pero no duden de que
su preocupación es más sincera que la de Don Alejandro: ellos, por suerte o por
desgracia, no viven como reyes magnificando el calentamiento global a diario.