La noticia sale publicada en el periódico Valencia Plaza: se necesita personal sanitario para paliar los efectos de la sexta ola del Covid, pero las bolsas de trabajo de la sanidad están vacías y no pueden contratar. Y la principal razón de que estén vacías es porque el 45% de los sanitarios que acabaron el año pasado su formación como residentes no han seguido vinculados a la sanidad pública valenciana. Empieza a asustar la situación. ¿Qué ocurre?
Pues,
como casi todo en esta vida, la culpa la tiene la economía de mercado. Mucha
demanda de personal sanitario, sobre todo desde que llegó la pandemia, y poca
oferta de médicos y enfermeras. Conclusión: que estos últimos tienen muchos
puestos entre los que elegir y se van a trabajar donde más les conviene.
Firmar
contratos temporales encadenados o, incluso, sólo por guardias, lo que hace que
los médicos no tengan estabilidad laboral hasta rondar los cincuenta años; jornadas
sobrecargadas en las que tienen que atender hasta a cien pacientes, con el
consiguiente peligro de cometer un error; cobrar nóminas no demasiado elevadas…
Todo esto no se puede comparar con ofertas que llegan desde Francia con
contratos de médico de familia de carácter indefinido, con vivienda y
retribución de 8.000 euros. Nuestros jóvenes sanitarios directamente ni se lo
piensan.
Si
esta falta de médicos y enfermeros ya provoca bastantes problemas por la falta
de una correcta atención sanitaria a la población, las consecuencias económicas
son catastróficas. La formación universitaria de un licenciado supera los
60.000 euros. Teniendo en cuenta que, en la universidad pública, las tasas que
paga el alumno no llegan al 10% del coste, 55.000 euros los pagamos entre
todos.
Una
vez terminado, al médico se le exige que trabaje como becario para continuar
aprendiendo en lo que se conoce como MIR (médico interno residente). Esta
residencia es de cinco años y tiene un coste anual de unos 40.000 euros por
médico, aparte de lo que pueda cobrar por realizar guardias (unos 200 euros
cada una). Dejando aparte las guardias, cada médico que acaba su residencia ha
costado más de 250.000 euros al erario público. Que una vez enseñado se marche
a otro país, tiene guasa.
Difícilmente
podremos igualar la retribución que ofrecen en otros países (Francia, Alemania,
Suiza, Reino Unido, etc.) con mayor nivel de vida. Aunque no lo queremos
reconocer, somos un país pobre si nos comparamos con ellos. Pero si se podría
mejorar, y mucho, en otras cuestiones administrativas como la duración de los
contratos, las condiciones laborales y las trabas burocráticas (por ejemplo, la
tramitación de bajas-altas en la sexta ola de la pandemia) que “ayudan” a que
el nuevo médico se decida a hacer las maletas y marchar a otras latitudes.
Además,
se debería estudiar implantar algunas medidas legales. Si un médico nos ha
costado más de un cuarto de millón de euros, ¿qué menos que, al empezar sus
estudios, se le obligue a comprometerse a trabajar en la sanidad pública 4 o 5
años cuando los finalice? Algo del gasto se amortizaría y se paliaría, al menos
en parte, la falta de personal.
Nos
vendían que teníamos la mejor sanidad pública del mundo; con la pandemia hemos sabido
que no era verdad.
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