Hace apenas una década se empezaba a hablar de un “nuevo
tipo de petróleo”, los hidrocarburos no convencionales, shale oil y shale gas
(aunque, realmente, son petróleo y gas normales, lo que no es convencional es
la forma de extraerlo con el polémico “fracking”). Pocos creían en esta nueva
fuente de energía. A día de hoy, este tipo de hidrocarburo ha logrado cambiar
el panorama energético mundial y es una de las causas (aunque no la única) de
que el barril de petróleo haya bajado en el último semestre más de un 50%.
Sin embargo, el mundo cambia muy rápido y ya se empieza a
hablar de una nueva revolución energética. Y esa revolución vendrá del ¡hielo!
Como lo leen, a simple vista parece hielo normal pero si se le acerca una
llama, empieza a arder… porque está lleno de gas metano.
Existen muchas formas de denominarlo: hidratos de metano,
hielo de metano, hielo ardiente… en
realidad se trata de moléculas de gas metano que han quedado atrapadas en otras
moléculas mayores de agua congelada. Unas estructuras en forma de jaula
formadas por la combinación de bajas temperaturas y alta presión que se
encuentran en grandes cantidades en los lechos marinos, a partir de los 500
metros de profundidad y en el suelo de las regiones polares, a partir de 150
metros.
Según las estimaciones de diferentes servicios geológicos y
energéticos internacionales, las reservas de hidratos de metano repartidas por
todo el mundo pueden superar a las de petróleo, gas natural y carbón juntas. Es
más, los datos del Servicio de Geología de Estados Unidos apuntan a que la
acumulación de este “hielo ardiente” puede ser hasta 100 veces mayor que las reservas
de shale gas estimadas en EEUU. Y por si
faltara poco, su intensidad energética es muy superior a la del gas metano
convencional: un metro cúbico de hidrato de metano equivale a 164 metros
cúbicos de gas metano.
La existencia de los hidratos de metano ya era conocida por
los científicos en el siglo XIX, pero sólo como una construcción teórica que se
consiguió replicar en laboratorio. Fue en la década de los 60 del siglo pasado
cuando la extinta Unión Soviética se lanzó a la búsqueda de este hidrocarburo
en Siberia y en 1971 descubrió en el lecho del Mar Negro la existencia real de
los hidratos. En la actualidad, Estados Unidos, Corea, Canadá, China e India
tienen programas activos de investigación en este campo, pero es Japón quien
parece que lleva la delantera. En 2013 fue el primer país en conseguir extraer
hidratos de metano de manera continuada en la fosa de Nankai y a principios de
2015 han repetido el éxito en la costa norte del país.
Sin embargo, la extracción de este “maná” del fondo del mar
todavía tiene que superar un par de problemas importantes: las dificultades
técnicas y los problemas medioambientales que pudieran ocasionar.
Los científicos vienen utilizando diferentes técnicas para
la extracción y aprovechamiento del metano. En un principio se utilizó la
estimulación térmica: inyectar un fluido caliente o vapor para descongelar el
agua y liberar el metano. El método fue rechazado pronto ya que se
desaprovechaba mucho calor y solo se podía utilizar si existían capas muy
porosas que permitieran penetrar a los líquidos calientes.
Actualmente se están empleando otros métodos como la
inyección de productos químicos para desestabilizar el hidrato de metano, la
inyección de CO2 a alta presión que lograría liberar el metano dejando el hidrato
intacto y, el que parece más factible y económico, la despresurización,
consistente en cambiar la presión para disociar las moléculas de agua y las de
metano. Ya conocen la famosa cita: “Si a un ingeniero le das tiempo y dinero
suficientes, encontrará una solución. Nunca apuestes contra in ingenio humano”
En cuanto a los problemas ecológicos, como suele ser
habitual, existen discrepancias entre quienes defienden el progreso que pudiera
conllevar esta energía y quienes creen que podría acabar con el mundo tal como
lo conocemos. Intentando encontrar la objetividad, decir que el uso de metano
como combustible es menos contaminante que la quema de petróleo o carbón, pero
el metano es entre 15 y 20 veces más nocivo como gas de efecto invernadero que
el CO2. Además, existe el peligro de que durante la extracción se puedan
producir corrimientos del suelo submarino facilitando la liberación del metano
a la atmósfera. Los más catastrofistas (que siempre los hay) afirman que el
calentamiento global podría elevar la temperatura de los océanos, descongelar
el suelo ártico, descomponer los hidratos y liberar el metano a la atmósfera,
lo que a su vez agravaría el cambio climático, como en un bucle infinito.
El tiempo dará o quitará la razón a los unos o a los otros. ¿Cuánto
tiempo? No mucho; se calcula que se podría tener la tecnología necesaria para
la extracción en 2018 y que se iniciaría la comercialización del metano entre
2023 y 2027. Estaremos atentos a las novedades.
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