El pasado fin de semana se
celebró la reunión del G-20, grupo de los principales países industrializados
del mundo, en la ciudad alemana de Hamburgo. Paralelamente a estas reuniones de
los principales mandatarios del planeta, suele realizarse una “quedada” de
grupos antisistema, en este caso de media Europa, para, según ellos, protestar
“pacíficamente” sobre los más diversos temas, ya sea la globalización, el
capitalismo, el calentamiento global, la pobreza en el tercer mundo o cualquier
otro asunto que esté de moda en esos momentos.
Todo muy bonito y
socialmente responsable, pero la cruda realidad es que este llamamiento hacia
la solidaridad entre humanos se tradujo en esta ocasión en la llegada a
Hamburgo de miles de gamberros e indeseables, sobre todo de extrema izquierda
dispuestos a “hacerse oír”. ¿Resultado? Decenas de policías heridos, unos pocos
detenidos (que en pocas horas volvieron a la calle), destrozos millonarios y
una ciudad que daba pena verla al día siguiente.
Está claro que los
alemanes están hechos de otra pasta y ya el mismo domingo, una ciudadana llamó
a través de Facebook a sus convecinos a salir a la calle “con escobas y
estropajos” para limpiar desperdicios y eliminar los miles de pintadas que
dejaron los salvajes. Miles de personas se sumaron al llamamiento y durante
varios días se vieron por el centro a brigadas ciudadanas colaborando para
tratar de recobrar la normalidad en las zonas más afectadas por los destrozos.
Rebecca Lunderup, la joven de 22 años que inició el movimiento, dijo “querer
mostrar al mundo cómo es Hamburgo realmente”; “queremos dar una imagen distinta
a la de las barricadas ardiendo”. A la vista de las fotografías, trabajo tienen
por delante.
No hay dudas de que la
alemana es una sociedad muy madura y este ejemplo lo corrobora. ¿Imaginan qué
hubiera ocurrido aquí, en España? Para empezar, el ayuntamiento de la ciudad en
cuestión (en las grandes ciudades gobiernan los partidos satélite de Podemos)
hubiera dictado un bando prohibiendo la circulación en vehículos de los vecinos
para no entorpecer las manifestaciones y eliminando cualquier tope sonoro para
que se pudieran expresar libremente con cualquier medio a su alcance. Además,
seguramente les subvencionaría los transportes para que no tuvieran
impedimentos a la hora de desplazarse y les habilitaría tiendas de campaña en
las principales plazas del centro de su ciudad para que pudiesen descansar y
comer los bocadillos que amablemente les suministrarían gratuitamente.
En los medios de
comunicación, saldrían en portada con sus pancartas pacifistas (nada de
disturbios ni barricadas) y pondrían el grito en el cielo ante las hipotéticas
cargas policiales contra personas que ejercían su derecho de manifestación.
La sociedad se dividiría
entre las críticas a los mandatarios por permitir la celebración de la cumbre
del G-20 en la ciudad, los que protestarían contra la policía por no prevenir
los disturbios y ejercer la violencia desmesurada contra los pobres
manifestantes y los que se quejarían porque, pasadas unas horas de los
incidentes, los servicios de limpieza no hubiesen dejado las calles como una
patena. Incluso habría quien criticaría a los comerciantes por exagerar los
daños en sus establecimientos y otros que verían inaceptable y sectario que
algunos vecinos intentasen limpiar los mensajes que los manifestantes hubiesen
dejado en las paredes, bancos o paradas de autobús.
Estoy seguro de que se
criticaría a todo el mundo excepto a los salvajes que habían destrozado su
ciudad y a los partidos políticos y medios de comunicación que los habían
alentado y justificado. Por eso nos va como nos va. Por eso nunca seremos
Alemania.
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