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Ha llegado la nueva era, la diplomacia se impondrá y las guerras desaparecerán de la faz de la tierra, los dictadores recapacitarán y democratizarán sus países, los grupos terroristas entregarán las armas, el cambio climático pasará a mejor vida, los banqueros destinarán sus elevados sueldos a financiar las compras de los más humildes, las empresas no se verán obligadas a cerrar sus puertas sino que aumentarán sus plantillas y el paro descenderá.
Todos seremos más ricos, más generosos y más amables e, incluso, los más despreciables criminales asumirán su malévolo comportamiento y dedicarán el resto de sus vidas a hacer el bien.
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Obama (seguramente por eso ha ganado) representa la esperanza y la renovación de unos ideales que, últimamente, habían caído en el olvido. Pero quien crea que su mandato supondrá un giro de 180 grados en la política norteamericana está, lamento decirlo, completamente equivocado.
Sus palabras y las de sus colaboradores en los días anteriores a la posesión así lo demuestran. Dejando a un lado su primera decisión presidencial, la de aplazar los juicios de Guantánamo (a mi juicio, el mayor error de la era Bush), las últimas palabras escuchadas nos llevan a pensar eso.
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El propio Obama, en materia antiterrorista, ha rechazado la sugerencia de ilegalizar todos los interrogatorios no autorizados por el Manual de Campaña del Ejercito y ha reconocido el valor de los consejos de Dick Cheney, anterior vicepresidente, sobre la materia (incluidas las escuchas telefónicas sin autorización judicial y las detenciones sin proceso).
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Bush ha acabado su mandato como uno de los Presidentes más odiados y aborrecidos de toda la historia. Su rehabilitación está en marcha y la está llevando a cabo... Obama.
Por el bien de sus conciudadanos y por el de todo el planeta en general, le deseamos toda la sabiduría (y la suerte) para desempeñar su difícil labor.
Por cierto, ahora que hemos hablado de George Bush ¿saben que en 2006 fue capaz de leer 95 libros? Y no eran cómics, no. Entre sus lecturas abundaban las biografías y libros como “la guerra civil española” de Hugh Thomas.
El hecho (para algunos, insólito) lo conocemos gracias a las declaraciones de Karl Rove, su anterior estratega electoral que, en una artículo publicado en el Wall Street Journal, nos habla de una apuesta entre ambos para ver quien era capaz de leer más libros. Ganó el estratega, que consiguió leer 110 libros, pero devorar 95 libros en un año (uno cada tres días) no está nada mal. Más de una editorial lo pondrá como ejemplo.
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De ser así, desde luego, habría que concederle un Oscar honorífico.
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