Todos nos creemos muy listos e inmunes a engaños; nadie nos
la puede pegar, ni los publicistas, ni los periodistas ni mucho menos los
políticos. Pero eso, desgraciadamente,
no es verdad. No siempre somos capaces de detectar las medias verdades (ni
siquiera las falsedades completas) ni se pueden contener las emociones propias
que nos predisponen a creernos todo lo que nos digan. Vemos lo que queremos ver
o peor aún, en muchas ocasiones, vemos lo que algunos, de manera interesada,
quieren que veamos.
En la sociedad actual se le dan mucha importancia a las
encuestas. Según el resultado que tengan, los políticos, las empresas e incluso
los equipos de fútbol toman unas u otras decisiones. Pero estas encuestas son
manipulables y no me refiero a la hora de reflejar los resultados finales sino
a la hora de efectuar las preguntas. El lenguaje no es inocente y la elección
cuidadosa de las palabras no es en balde. Según como se utilicen esas palabras
provocarán un sentimiento de rechazo o de aceptación en el encuestado.
A nadie se le escapa que en nuestra sociedad conviven dos
modos de comprender la política: una visión conservadora y otra progresista. La
primera conlleva ideas de autoridad, fuerza, disciplina, mérito, tradición… mientras
que la segunda se tiende a vincular a la cooperación, la solidaridad, la
igualdad, la tolerancia, etc. Según las materias, la situación o la forma en
que nos pregunten, habrá momentos en que todos seremos más progresistas o más
conservadores.
Luis Arroyo, con el apoyo de la pronto extinta Fundación
Ideas (el PSOE la cerrará el próximo 1 de enero), recoge una investigación en
su último libro “Frases como puños” en
las que se presenta a los ciudadanos, a modo de encuesta, una misma cuestión
pero planteada de dos formas. Y los resultados son espectaculares. Compruébenlo
ustedes mismos:
- El 82% de los encuestados se muestra a favor de la intervención del Estado en la economía si es para garantizar la igualdad de oportunidades, pero solo respalda ese intervencionismo un 45% si es para que prime el mérito personal.
- El 68% entiende que la administración debe garantizar una
educación a los niños con los mismos contenidos, pero un 75% cree que sólo
los padres tienen derecho a elegir qué educación quieren para sus hijos.
- El 71% apoya que en las empresas haya representantes de
trabajadores que dediquen todo su tiempo a resolver los problemas laborales,
pero solo un 40% ve necesario que haya liberados sindicales que dejen su
trabajo habitual por las tareas de los sindicatos.
- Un 75% ve bien pagar más impuestos para aumentar el número
de médicos o profesores, pero sólo un 21% quiere que se aumente el
número de funcionarios. Como si los primeros no lo fuesen…
Lo importante no es lo que se dice sino lo que la gente
entiende. No es lo mismo hablar de “inmigrantes
ilegales” que de “personas que huyen de la pobreza o que buscan una nueva vida”;
de “derecho a decidir” que de “desafío independentista”; de “flexibilidad
laboral” que de “fomento del despido libre”; de “ajustes fiscales” que de “desguace
del Estado del bienestar”; de “reformas estructurales" que de “recorte de
derechos”…
Las reacciones de la sociedad dependen en muchas ocasiones
más de las palabras que se utilicen que del hecho en sí que las provoca. Y esto
los políticos lo saben muy bien. No se dejen engañar.
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