Ex parejas,
despedidos, familiares, ex socios, competidores, hackers… cualquiera puede ser
un enemigo en la sombra que le delate ante Hacienda por prácticas fiscales
fraudulentas o por eludir el pago de impuestos.
Desde que se
promulgó la Ley General Tributaria en 1963, cualquier ciudadano español puede
denunciar ante los organismos oficiales a aquel o aquellos que cree que pueden estar defraudando. Y si hasta 1986 podía moverle un interés crematístico ya que
el denunciante percibía el 26% de las sanciones cobradas, a raíz de la reforma
de la ley en ese año ya solo puede tener otros intereses puesto que no tiene
derecho a participación en posibles sanciones.
¿De qué
cantidad de chivatazos estamos hablando? La crisis ha disparado las cifras y si
en 2012 la Agencia Tributaria inspeccionó a 697 posibles defraudadores, en 2013
se pasó a 755, en 2014 a 872 y en lo que llevamos de año se ha llegado a 885, esperando
sobrepasar los 1.200 cuando termine diciembre. Aunque esos son solo los casos
abiertos ya que las denuncias recibidas sobrepasan todos los años las 10.000.
No todas las
denuncias desembocan en una inspección. La AEAT analiza todas las que se
presentan pero solo utiliza aquellas que en conjunción con otras informaciones,
ya sean reiteración de denuncias, nuevas
pruebas o identificación suficiente, desencadenen la atención de la Inspección
y la posterior comprobación, ya sea por parte de la Agencia o por otros
organismos como la Seguridad Social o las autoridades contra el blanqueo de
capitales.
Tal como ya
hemos dicho antes, estos chivatos no obtienen con su acción ningún tipo de
beneficio, ni exención; ni siquiera el perdón en caso de que también estuvieran
implicados en las prácticas corruptas denunciadas. Entonces, ¿por qué lo hacen?
Supongo que algunos lo harán por su convicción en el rigor del cumplimiento con
Hacienda, pero estoy seguro de que a la gran mayoría los moverá alguna historia
de resentimiento, ya sea porque se trate de un empleado despedido de una
empresa, de un socio que se sienta engañado, de una disputa familiar, de un cónyuge
despechado o, incluso, de una empresa que quiera eliminar a un competidor.
¿Chivatos o
ciudadanos comprometidos? Pues aunque la gran mayoría lo haga por puro
resentimiento, en el fondo creo que es una práctica que debería proliferar. Estamos
acostumbrados a la trampa, al engaño, a idolatrar al que defrauda, a creer que
es más listo el que lo consigue… y así nos va. Nos parece normal que la gente
consiga subvenciones sin merecerlas; que cobre del paro trabajando en negro; que
se haga la baja para irse de viaje de placer; que pida facturas sin IVA o que
evite pagar impuestos con las más variadas tretas y, sin embargo, nos escandalizamos
porque un político meta mano en la caja y pedimos con vehemencia que acabe con
sus huesos en la cárcel. Es una estúpida doble vara de medir que nunca
entenderé.
Una gran
mayoría de españoles pagamos religiosamente nuestros impuestos para que el país
funcione mientras algunos (o muchos) viven a cuerpo de rey evitando hacerlo. ¿Y nos tenemos que callar para no ser
considerados “chivatos”?
No hay comentarios:
Publicar un comentario