Lo habrán escuchado centenares de veces y ahora que se
acercan las elecciones generales, seguro que nos lo repetirán hasta la
saciedad: los países nórdicos son un paraíso y su Estado del Bienestar, un
ejemplo a seguir. El economista Juan Ramón Rallo ha publicado un artículo en el
que explica ese “idílico” modelo, con sus ventajas e inconvenientes. Para no
extendernos, tomaremos a Dinamarca como ejemplo e intentaremos averiguar qué
hay de cierto en todo ello.
Este pequeño país nórdico es, en muchos sentidos, envidiable. Su renta
per cápita es un 30% superior a la española, goza de pleno empleo, la
corrupción es la más baja del planeta y sus ciudadanos figuran, según las
encuestas, entre los más felices del mundo.
Pero también tienen problemas. Y esos no se los contarán
nuestros políticos de izquierdas que
tanto abogan por conseguir que nos parezcamos a ellos. En muy poco tiempo la
economía danesa ha experimentado una significativa pérdida de competitividad y
su productividad ya es un 20% inferior a la de Estados Unidos y un 10% menor
que la de sus vecinos alemanes y suecos.
Su sistema educativo está en entredicho, ya que los
resultados de los estudiantes de primaria y secundaria en los famosos informes
PISA (esos en los que España encabeza la clasificación si le damos la vuelta al
folio) son mediocres. Además, el acelerado envejecimiento de la población, al
igual que en el resto de Europa occidental, pone en peligro la sostenibilidad
futura de su Estado del Bienestar.
Aunque su tasa de paro se sitúa en un asombroso (al menos
para los españoles) 5%, un 22% de la población en edad de trabajar recibe
subsidios estatales. De una población total de 5.591.000 habitantes, casi dos
millones y medio de daneses obtienen la mitad de sus ingresos del Estado. Los
impuestos absorben alrededor de un 70% de los ingresos medios de un trabajador.
No es de extrañar que 200.000 daneses hayan emigrado en los últimos años a
causa de una fiscalidad que es la más alta del mundo. Y es que necesitan
recaudar mucho ya que el gasto público representa nada menos que el 57% del
PIB.
Y la cosa no acaba ahí. Nuestra progresía tampoco le contará
que en Dinamarca no existe el salario mínimo interprofesional; que la
indemnización por despido es mínima; que los empresarios no pagan cuotas
sociales; que la negociación colectiva está completamente descentralizada y que
se toman acuerdos empresa por empresa; que los copagos están generalizados en
la sanidad; que la educación está subvencionada por el Estado a base de cheques
para que cada padre elija a qué colegio llevar a sus hijos, sea público o no;
que el impuesto sobre la Renta es elevadísimo en cualquiera de los tramos que
se tome como referencia, siendo el tipo marginal del 56% y que la fiscalidad
sobre el consumo (IVA e impuestos especiales) que en España supone al 14% de
media, en Dinamarca llega al 30,9%, justo lo contrario de lo que piensa la
izquierda española cuando considera que los impuestos indirectos son
reaccionarios porque no discriminan en función de los ingresos.
¿Y qué hay de su famoso gasto social? Pues que es
verdaderamente elevado, mucho más que el español. Pero debemos tener en cuenta
algunas consideraciones. La primera es que su renta per cápita es superior, por
lo que la cuantía absoluta también será superior. La segunda es la distribución
del gasto social: mientras en España destinamos un 3% del PIB a prestaciones
por desempleo, en Dinamarca apenas se destina el 1%, lo que les deja unos
recursos maravillosos que destinar a prestaciones por discapacidad y ayuda
familiar, las dos partidas donde nos ganan por goleada: 3,2% contra 6;5%
Y la tercera quizá sea la que esconde la principal trampa
del gasto social: que se trata de cifras brutas. Y con esto me refiero a que en
Dinamarca, la inmensa mayoría de las ayudas sociales están sometidas a
tributación directa, es decir, IRPF y cotizaciones sociales, además de diversos
copagos. Si en España el gobierno recupera en impuestos directos y copagos el
5% de las ayudas sociales que entrega, en Dinamarca recobran el 15%. Reciben
más ayudas pero tienen que devolver más dinero al Estado vía impuestos. Si a
esto le unimos que pagan un 17% más que nosotros a base de impuestos
indirectos, la diferencia se reduce considerablemente.
Pongamos un ejemplo. Imaginemos que el gobierno español
incrementa la pensión media de 1.000 a 1.500 euros mensuales, ¡un 50% nada
menos! Pero al mismo tiempo aprueba una subida en el impuesto sobre la renta de
este colectivo, a la vez que elimina los
tipos reducidos y superreducidos del IVA, sube sustancialmente el tipo general,
crea nuevos impuestos especiales e incrementa los ya existentes, todo ello
equivalente a 500 euros mensuales. Efectivamente, el gasto público en pensiones
crecerá un 50%, pero los pensionistas continuarán disponiendo de 1.000 euros
mensuales igual que ahora.
Estos son los motivos por los que la izquierda patria quiere
que España se asemeje a Dinamarca. Quieren que paguemos más impuestos para
después ellos distribuirlos arbitrariamente entre la población, cual señor
feudal, según como vayan en cada momento
sus expectativas electorales.
¿Quieren que el Estado administre su dinero hasta el último
céntimo o hacerlo usted mismo según le convenga? Creo que ya somos bastante mayorcitos para
que continúen amamantándonos.
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