Los datos
son demoledores: entre 2009 y 2015, las cuatro principales centrales sindicales
españolas han perdido 584.788 afiliados, un 21,6% de los que tenían al empezar
el periodo. Casi nada.
CCOO ha
caído un 24,4%, desde los 1.203.307 registrados en 2009 a los 909.052 de
finales de 2015. UGT, el más castigado, se ha dejado 276.617 afiliados, desde
1.205.463 hasta 928.846. Buena herencia le deja Cándido Méndez a su sucesor.
Mucho más lejos, debido a su menor representatividad, CSIF se deja 6.622
afiliados y USO 7.249.
La
explicación a esta debacle por parte de los sindicatos ha sido la que cabía
esperar, echándole la culpa a cualquiera que pase por allí. Así, Fernando
Lezcano, secretario de Organización y comunicación de COO ha manifestado que
“la caída de socios ha sido paralela a la destrucción del tejido productivo y
al aumento del desempleo durante la última legislatura: la afiliación refleja
la adversidad de estos años”.
En UGT,
José Javier Cubillo opina que “una de las razones de la disminución de
afiliados es la caída de la población laboral”. Además, denuncia “una campaña generalizada
para desprestigiar a los sindicatos y debilitar la capacidad de respuesta de
los trabajadores para que así el Gobierno de Rajoy pudiera aplicar sus
medidas”.
Por su
parte, Miguel Iborra, presidente del sindicato de funcionarios CSIF declara que
“la reducción de socios se debe a la falta de ofertas de empleo público y a la
pérdida de cientos de miles de empleos, lo que a su vez conlleva una reducción
de los gastos, entre los que están las cuotas de afiliación”.
Por último,
Julio Salazar, secretario general de USO afirma que “la crisis económica y las
políticas de recortes de derechos y rentas sociales y laborales han mermado
considerablemente la capacidad de acción y organización de los sindicatos”.
Como ven,
ningún dirigente reconoce errores propios y escuchándoles se podría pensar que
han sido las únicas víctimas de la crisis y que se ha producido un contubernio
entre políticos, jueces y medios de comunicación para hundirles. Y yo me
pregunto, ¿los casos de corrupción no habrán tenido nada que ver? Porque hay que recordar que están enfangados
hasta las cejas en el escándalo de los ERE y los cursos de formación en
Andalucía; que al histórico dirigente asturiano José Ángel Fernández le
descubrieron millones de euros en sus cuentas; que representantes de todos los
sindicatos hicieron un uso generoso de las famosas tarjetas black de Caja
Madrid y que las fotos publicadas con sus principales dirigentes ante
suculentas mariscadas o disfrutando de carísimos viajes de placer con cargo al
sindicato no creo que hayan ayudado mucho a mejorar su imagen.
Tampoco les
ha proporcionado un gran prestigio su falta de acción y su servilismo con el
gobierno de Rodríguez Zapatero durante los años 2008, 2009, 2010 y buena parte
de 2011. En los años más duros de la crisis y con centenares de miles de nuevos
parados cada mes, apenas se les oyó, no convocaron ninguna huelga general,
nunca criticaron públicamente la “fabulosa” labor del gobierno de Zapatero y
desaparecieron a la hora de buscar soluciones a los numerosísimos problemas de
los trabajadores españoles. En cambio, en el primer año del gobierno de Rajoy,
sacaron, día sí, día también, a sus seguidores a la calle, convocaron
manifestaciones, provocaron huelgas, tanto sectoriales como generales y eran
portada habitual en los medios de comunicación afines criticando cualquier
medida que tomasen esos fachas de la derecha.
Liberados
que no salen del bar de la esquina y ni tan siquiera acuden a las manifestaciones;
delegados que buscan el beneficio propio sin importarles lo que les ocurra a
sus compañeros; huelgas innecesarias destinadas a conseguir rédito político,
subvenciones a manos llenas por apoyar al político amigo … falta autocrítica y
sobra bravuconería y victimismo.
Los trabajadores
españoles no dejan de abonar sus cuotas porque ahora cobren menos; su baja se
debe a que no les gusta malgastar su dinero proporcionando una vida placentera
a quien no la merece.
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