Tarde y mal. Ese puede ser el resumen de las acciones
que está tomando el gobierno de Pedro Sánchez en la desgraciada pandemia del
coronavirus que estamos viviendo. Es como Pierre Nodoyuna, pero en lugar de
hacernos reír como hacía la mítica serie de dibujos animados, sus decisiones
nos hacen y nos harán sufrir… y morir.
La última “aventura” la ha protagonizado el Ministro
de Sanidad, Salvador Illa. Los sanitarios denunciaban la falta de equipos de
protección para realizar su trabajo desde que empezó todo. La respuesta del
gobierno, a lo Nicolás Maduro, fue incluir en el decreto de confinamiento que
podía confiscar cualquier material sanitario (la población incluso aplaudió,
pensando que así sancionarían a los “malditos” especuladores que lo acaparaban
todo). No creo que actuasen de mala fe, simplemente es que son tan ilusos que
creyeron que con estas confiscaciones, les llegaría para cubrir las necesidades
de toda la nación. Nada más lejos de la realidad, las empresas españolas, sin
saber a qué precio se las quedaban y cuando cobrarían, dejaron de fabricarlas y
quien las importaba, ante el miedo a que se las quedase la guardia civil en el
aeropuerto, cancelaron sus contratos.
Además, también decidieron ese mismo día que
centralizaban las compras de material sanitario desde el Ministerio, quitando
esta labor a las comunidades autónomas mucho más acostumbradas a hacerlo. Se
sabe que varios empresarios españoles afincados en China ofrecieron sus
servicios para comprar estos materiales a través de sus contactos, pero ni
siquiera recibieron contestación y, con el tiempo, lo vendieron a otros países.
Los casos crecieron, los problemas de falta de
material también y después de más de un mes de inacción, la pasada semana le
entraron las prisas. Lo malo es que comprar en China no es tan fácil como
quieren haceros creer (se lo aseguro, he trabajado con ellos) y su forma de
hacer negocios dista bastante de la occidental. Allí, el envíamelo y ya te lo
pagaré en tres meses no funciona; se hace el pedido, se les paga por adelantado
el 30% del importe total para que empiecen a trabajar, lo envían y cuando llega
aquí, antes de la descarga se liquida el resto. ¿Por qué Inditex y otras
empresas ya han conseguido comprar y el gobierno no? Pues porque tienen
profesionales competentes y experimentados y en el Ministerio comandado por el
filósofo Illa, no.
Tras varias promesas incumplidas (“llegará en unos
días”), el pasado sábado, en el mitin de las nueve, el mismísimo Presidente,
Pedro Sánchez, comunicó la llegada de los primeros 600.000 test de diagnóstico
y que llegaría otro millón próximamente. Y para justificar los retrasos, alegó
que las pruebas que llegaban estaban “completamente homologadas” y que era difícil
conseguirlas con estas garantías.
Repartieron las primeras 9.000 en la Comunidad de
Madrid y en apenas dos días se ha destapado el pastel: no sirven ni para jugar
a los médicos. Tienen una sensibilidad del 30% cuando deberían superar el 80%,
por lo que dan muchos falsos negativos. Muchos pacientes que han dado positivo
en la PCR (la prueba de referencia), dan negativo es los test piratas que le
han vendido al señor Illa.
¿Cómo ha podido ocurrir esto? Sencillo. La pandemia es
a nivel mundial, todos los países compran el material, ellos llegan tarde y se
quedan con lo que queda, con lo que no quiere nadie y, posiblemente, a precio
de oro.
La embajada de China en España corrobora la historia.
En un comunicado hecho público hoy anuncia que la empresa a la que le compró el
Ministerio, Shenzhen Bioeasy Biotechnology, ni siquiera tiene licencia oficial
de la Administración Nacional de Productos Médicos de China para vender sus
productos. Pero, ¿dónde han ido a comprar? ¿a mafiosos chinos? Ahora dicen que
los han devuelto y que se los repondrán. Si no fuese un tema tan serio, estaría
riéndome un buen rato.
Salen de la universidad (si es que llegan), se meten
en el partido y de ahí, si tienen un poco de suerte, a calentar un sillón en
cualquier ministerio. Pero su incompetencia, sus decisiones equivocadas, en
casos de crisis, provocan sufrimiento y muerte. Si tuviesen un poquito de
honradez, mañana mismo buscarían a profesionales independientes con experiencia
en estas materias, les cederían sus claves de acceso al sistema informático del
ministerio y se marcharían a casa a esperar a que les llamen desde el juzgado
para declarar como imputados. Porque ese día, llegará.
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