En
el año 2015 todos se felicitaban por los acuerdos alcanzados en la Cumbre sobre
el Cambio Climático celebrada en París. Los gobiernos de los 194 países
firmantes se vanagloriaban del compromiso adquirido (“medallas”); los grupos
ecologistas se congratulaban por haber obligado a todos los países a reducir
sus emisiones y salvar así el planeta (más “medallas”) y hasta los medios de
comunicación llegaban a decir que gracias a sus publicaciones habían convencido
a los más reacios a firmar, lo que constituiría un antes y un después en la
lucha contra el Cambio Climático (muchas más “medallas”).
Y no vean la que se
armó cuando Donald Trump, apenas comenzado su mandato, decidió retirarse del
acuerdo… Pasados tres años, ¿cumplen todos con lo acordado?
Aclarar
antes de contestar la pregunta que, en el acuerdo firmado, cada nación era
libre de imponerse a sí misma los objetivos que debía cumplir y que no existe
ningún mecanismo que permita castigar los incumplimientos. El acuerdo es un
papel mojado que sólo servirá para imponer las medidas que más les convengan a
algunos países, aunque sean impopulares, justificándolas bajo el paraguas de
París y para quien no las cumpla, al menos podrán decir que tenían intención de
hacerlo cuando lo firmaron. Además, en el hipotético caso de que todos, sin
excepción, cumpliesen lo firmado, sólo se cubriría un tercio de las reducciones
necesarias para cumplir con los objetivos de temperatura fijados en París.
Pero
vamos a los resultados: tres años después, aunque parezca sorprendente, tan
solo Estados Unidos, China e India van camino de cumplir con sus compromisos. Ni
los países europeos, ni otros también considerados “verdes” como Australia,
Nueva Zelanda o Canadá se acercan a cumplir con lo acordado.
Explicaciones
hay muchas: las energías renovables siguen siendo demasiado caras, sobre todo
para los países en desarrollo que optan por centrales térmicas para sustentar
su crecimiento económico; algunos países como España han frenado su expansión
al frenar los desorbitados costes de las primas; Alemania, al igual que Japón
tras Fukushima, decidió súbitamente cerrar sus centrales nucleares y, al no
tener suficiente energía renovable, las ha sustituido por centrales térmicas,
con la consiguiente quema de combustibles fósiles…
Alguien
podría pensar que el acuerdo de París, sin ser un éxito rotundo, al menos hubiera
servido para que los tres países que más contaminan en el mundo, Estados
Unidos, India y China, se hayan mentalizado de los peligros del cambio
climático y estén ensuciando menos el planeta. Nada más lejos de la realidad: en
Estados Unidos han descendido las emisiones a causa del fracking que provoca
que se produzca menos electricidad con carbón y petróleo y más con gas natural
que emite menos dióxido de carbono; China está cumpliendo porque no se
comprometió a reducir sus emisiones, tan sólo a rebajar su incremento primero y
congelarlo después; y en el caso de la India, el compromiso consistía en no
aumentar sus emisiones más rápido de lo que ya hacía. O sea, nada de nada.
Pero
tengamos “esperanza”: los países firmantes del acuerdo tienen en 2020 la
obligación de mejorar sus propuestas y prometerán el cumplimiento de objetivos
aún mayores a los de 2015. ¿Cumplirlos? Eso ya es otra historia. Lo seguro es que
acudirán a Polonia, como vienen haciendo todos los años, con sus aviones
privados quemando queroseno y se alojarán en lujosos hoteles sin importarles la
energía que consuman para proporcionarles esos lujos que los comunes mortales
les pagaremos y que nunca podremos disfrutar.
El
chollo del cambio climático continúa.
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