jueves, 27 de enero de 2022

El Mini histórico, ahora eléctrico. Ecologismo y clasicismo se dan la mano

 



Si usted tiene un Mini clásico, el que de verdad era “Mini”, y, al mismo tiempo, es un apasionado de los coches eléctricos, ahora tiene la solución: el proyecto “Mini Recharged”.

La idea surgió en el Salón del Automóvil de Nueva York de 2018 con la presentación del prototipo del Mini Electric clásico. Las reacciones de los presentes fueron tan positivas que un equipo especializado de la planta Mini en Oxford desarrolló un plan para podérselo ofrecer a los clientes que ya tuvieran un Mini. ¿En qué consiste?

El proyecto “Mini Recharged” permite sustituir el antiguo motor de gasolina original del modelo Classic por un moderno motor eléctrico de nueva factura que le permita electrificarlo y, de paso, prolongar la vida del vehículo.



El nuevo propulsor eléctrico genera una potencia de hasta 90 kilovatios (kW) (sobre 121 caballos) cuya energía la suministra una batería de alto voltaje, que puede cargarse con una potencia de hasta 6,6 kW y que proporciona una autonomía de 160 kilómetros. Además, se le añade un nuevo cuadro de instrumentos central que muestra la temperatura de conducción, la marcha seleccionada, la autonomía restante y la velocidad.

Y lo mejor de todo es que es reversible. Durante la conversión, que se realiza exclusivamente en Reino Unido, el motor original de gasolina se marca y se guarda para poder reutilizarlo en el caso de que su dueño quiera revertir el cambio en el futuro. Que siempre habrá alguien que añore el original.



Una bonita fórmula para aunar las bellas formas clásicas del Mini original creado en 1959 por el diseñador estadounidense Frank Stephenson con el ecologismo de los modernos motores eléctricos.

Otro cantar será el precio. Aunque no han dado cifras, este tipo de transformaciones de modelos vintage en eléctricos suelen rondar los 30.000 euros…


martes, 25 de enero de 2022

¿Por qué el biometano no se potencia en España?

 



Restos de comida, estiércol, cáscaras, cortezas, restos de podas, maderas inservibles… ¿saben dónde van a parar? Pues como el resto de las basuras no clasificables, a los vertederos o a los centros de incineración. ¿Y si les digo que con ellos se podría producir hasta un 40% del gas que necesitamos?

Efectivamente, generamos un problema cuando podríamos evitar basuras, malos olores y humos contaminantes de las quemas consiguiendo buena parte del gas que necesitamos sin tener que acudir a los “amigos” argelinos o rusos. ¿Cómo? Con el uso del biometano.

La descomposición de los restos que les comentaba (biomasa) controlada en ausencia de oxígeno produce biogás. Ese combustible ya puede producir electricidad al quemarlo, pero sometido a un proceso de depuración, puede convertirse en biometano, con un porcentaje de metano por encima del 96%. A partir de ese momento, además de poder quemarse, se puede inyectar directamente a los conductos de gas natural o utilizarse como biocombustible para el sector del transporte, especialmente en aquellos vehículos con una electrificación muy difícil (camiones pesados de largo recorrido, barcos…).

España es, sólo por detrás de Francia, el segundo país con mayor potencial en la producción de biometano teniendo en cuenta la disponibilidad de las materias primas y su rendimiento de conversión. Les pongo un ejemplo: cuando viajen por carretera, cuenten las columnas de humo que salen de nuestros campos por las quemas de los restos agrícolas. Millones de toneladas convertidas en humos contaminantes que bien podrían utilizarse en biometano verde.



En Europa, a finales del 2020, existían 992 plantas de biometano: 306 en Francia, 242 en Alemania y en España apenas 5. Se espera que antes de finalizar 2022, habrá ya 12 plantas y 30 más estarán en proyecto o en fase de construcción. Si todo va bien, en 2024 tendremos 64 plantas operativas; una quinta parte de las que ya tienen en Francia.

Al parecer, el Gobierno ha propuesto una hoja de ruta para esta tecnología, aunque todavía no se ha publicado ni el borrador. Tampoco se sabe nada de un sistema de garantías de origen para estos gases renovables y, para más inri, carecemos de un marco regulatorio que permita crear un mercado propio de biometano, obligando a las empresas que lo producen a comercializar esta energía verde fuera de nuestras fronteras.

¿A qué esperan? Como de costumbre: sobra de anuncios rimbombantes y falta de trabajo responsable. Así nos va.