lunes, 28 de febrero de 2022

Vegtus, deportivas con cuero de cactus, made in Spain

 


Que la moda de lo vegano nos invade, también en el mundo de la moda, ya no es noticia. Y no es que yo sea muy amante de esta corriente, pero en esta ocasión, la iniciativa creo que merece la pena: zapatillas cuyo material base es el cactus.

La idea nació en Barcelona justo antes del confinamiento y se ha llevado a cabo de forma integral en una fábrica de calzado de Elche. Para crear este cuero vegano, cortan las hojas maduras de los cactus, se limpian y trituran. Luego, se dejan secar al sol durante tres días y ya están listas para procesarlas y convertirlas en tejido de cuero. Para todo este proceso no se utiliza ningún tipo de químicos, por lo que el resultado es totalmente biodegradable.

Además, para teñir este cuero se utilizan pigmentos naturales, libres de PVC, sulfatos y metales pesados. Incluso las plantillas son reciclables, con pigmentos naturales sin ningún colorante químico.


El resultado es un material con la apariencia del cuero, pero con más resistencia y durabilidad. Lógicamente, estamos hablando de cactus, que lo dejas tranquilo y él sólo crece, por lo que es mucho más sostenible al no requerir sistemas de riego, herbicidas, pesticidas ni ningún tipo de energía adicional.

Parece que la tendencia vegana ha venido para quedarse, al menos durante un buen tiempo. Aparte de la alimentación, más y más personas demandan productos que cumplan con esta filosofía y estas deportivas la cumplen con creces. Aunque, visto el resultado estético y las condiciones que publicitan de durabilidad y resistencia, tampoco es necesario ser un vegano convencido para calzarse las zapatillas de Vegtus. Lógicamente, faltará saber en qué rango de precios se mueven.

 

 

martes, 15 de febrero de 2022

La novedosa pintura blanca que enfría más que el aire acondicionado



Evidentemente, no han descubierto ningún nuevo principio termodinámico; que el color blanco refleja los rayos solares, disminuyendo la temperatura de los edificios, se sabe desde tiempos inmemoriales. Que lo pregunten si no en esos preciosos pueblos andaluces encalados desde el suelo hasta las tejas.  Pero esta pintura blanca que nos proponen desde la Universidad de Purdue (Indiana, EEUU) es especial.

El proyecto surgió durante las clases del profesor de energía mecánica, Xiulin Ruan, hace más de siete años con el objetivo de ahorrar energía y luchar contra el cambio climático. En un foro de debate, se discutió sobre la posibilidad de crear una pintura de exteriores que fuera capaz de reflejar la radiación del sol y conseguir que la superficie pintada tuviera una temperatura inferior a los objetos que estuviesen a su alrededor y recibiesen la misma radiación solar.



La pintura que desarrollaron consiguió entrar en el libro Guiness de los Récords como la pintura más blanca del mundo. Cuenta con una alta concentración de sulfato de bario en forma de partículas de distinto tamaño que, además de ser el responsable de su singular tonalidad, consiguen crear una pintura altamente reflectante. Tanto que es capaz de reflejar el 98,1% de la radiación solar (las pinturas convencionales que se pueden adquirir en el mercado reflejan entre un 80% y un 90%) al tiempo que emite calor infrarrojo. Dos características que la convierten en un sustituto (o al menos un complemento) a los sistemas de aire acondicionado.

El edificio pintado absorbe menos calor de la luz del sol que el que emite, consiguiendo que el edificio transfiera calor desde el interior hacia el exterior, disminuyendo la temperatura interna de forma natural.


El profesor Ruan pone un ejemplo: si se aplica la nueva pintura en un techo de unos 90 metros cuadrados (aproximadamente la superficie de una vivienda mediana),
el interior experimenta una refrigeración equivalente a la que se consigue utilizando aparatos de aire acondicionado alimentados por 10 kW de potencia, una cifra muy superior a la que se suele utilizar en nuestras casas.

Al parecer, la pintura ya está a punto de ser comercializada en Estados Unidos. Esperemos que no tarde en llegar a nuestros lares.

 

 

jueves, 10 de febrero de 2022

Nuestros médicos y enfermeros huyen al extranjero. Yo también lo haría…

 


La noticia sale publicada en el periódico Valencia Plaza: se necesita personal sanitario para paliar los efectos de la sexta ola del Covid, pero las bolsas de trabajo de la sanidad están vacías y no pueden contratar. Y la principal razón de que estén vacías es porque el 45% de los sanitarios que acabaron el año pasado su formación como residentes no han seguido vinculados a la sanidad pública valenciana. Empieza a asustar la situación. ¿Qué ocurre?

Pues, como casi todo en esta vida, la culpa la tiene la economía de mercado. Mucha demanda de personal sanitario, sobre todo desde que llegó la pandemia, y poca oferta de médicos y enfermeras. Conclusión: que estos últimos tienen muchos puestos entre los que elegir y se van a trabajar donde más les conviene.

Firmar contratos temporales encadenados o, incluso, sólo por guardias, lo que hace que los médicos no tengan estabilidad laboral hasta rondar los cincuenta años; jornadas sobrecargadas en las que tienen que atender hasta a cien pacientes, con el consiguiente peligro de cometer un error; cobrar nóminas no demasiado elevadas… Todo esto no se puede comparar con ofertas que llegan desde Francia con contratos de médico de familia de carácter indefinido, con vivienda y retribución de 8.000 euros. Nuestros jóvenes sanitarios directamente ni se lo piensan.  


En 2021, en la Comunidad Valenciana, de 581 médicos que terminaron su formación MIR, 239 no suscribieron contrato con la administración (41%) y de 81 enfermeros que finalizaron EIR, 59 tampoco lo hicieron (72,8 %). Y estos números, punto más, punto menos, se pueden extrapolar al resto de España.

Si esta falta de médicos y enfermeros ya provoca bastantes problemas por la falta de una correcta atención sanitaria a la población, las consecuencias económicas son catastróficas. La formación universitaria de un licenciado supera los 60.000 euros. Teniendo en cuenta que, en la universidad pública, las tasas que paga el alumno no llegan al 10% del coste, 55.000 euros los pagamos entre todos.

Una vez terminado, al médico se le exige que trabaje como becario para continuar aprendiendo en lo que se conoce como MIR (médico interno residente). Esta residencia es de cinco años y tiene un coste anual de unos 40.000 euros por médico, aparte de lo que pueda cobrar por realizar guardias (unos 200 euros cada una). Dejando aparte las guardias, cada médico que acaba su residencia ha costado más de 250.000 euros al erario público. Que una vez enseñado se marche a otro país, tiene guasa.



Difícilmente podremos igualar la retribución que ofrecen en otros países (Francia, Alemania, Suiza, Reino Unido, etc.) con mayor nivel de vida. Aunque no lo queremos reconocer, somos un país pobre si nos comparamos con ellos. Pero si se podría mejorar, y mucho, en otras cuestiones administrativas como la duración de los contratos, las condiciones laborales y las trabas burocráticas (por ejemplo, la tramitación de bajas-altas en la sexta ola de la pandemia) que “ayudan” a que el nuevo médico se decida a hacer las maletas y marchar a otras latitudes.

Además, se debería estudiar implantar algunas medidas legales. Si un médico nos ha costado más de un cuarto de millón de euros, ¿qué menos que, al empezar sus estudios, se le obligue a comprometerse a trabajar en la sanidad pública 4 o 5 años cuando los finalice? Algo del gasto se amortizaría y se paliaría, al menos en parte, la falta de personal.

Nos vendían que teníamos la mejor sanidad pública del mundo; con la pandemia hemos sabido que no era verdad.


martes, 8 de febrero de 2022

¿Por qué no despega la turbina eólica sin aspas?

 


Tenía un profesor que decía que las energías alternativas eran maravillosas mientras eran un proyecto, pero que caían en desgracia cuando empezaban a ser rentables. Y no le faltaba razón.  Las centrales de ciclo combinado venían como panacea para sustituir al carbón, hasta que empezaron a imponerse y se dieron cuenta de que usaban combustible fósil; la energía solar cambiaría el mundo, hasta que fue mínimamente rentable, se masificó y se dieron cuenta de que atentaba contra el paisaje; y la eólica, tres cuartos de lo mismo: que destroza el paisaje, que mata a las aves y cuando no provoca ni lo uno ni lo otro con las instalaciones mar adentro, algunos países la prohíben, como España, sin saber muy bien porque narices lo hacen.

Precisamente en el campo de la energía eólica surgió hace un tiempo un proyecto que puede acabar con los inconvenientes de los molinos tradicionales, pero que, no sé porque razón, no acaba de despegar. Igual, si no gastasen tanto dinero en comisiones parlamentarias contra el “cambio climático”, masivas asistencias a las inútiles “cumbres del clima” y desmesuradas subvenciones a algunos (muchos) grupos ecologistas de salón, tendrían fondos para promover verdaderas innovaciones que ayuden a mejorar el planeta y a los que en él vivimos.  

El proyecto al que me refiero es la turbina eólica sin aspas, un cilindro que vibra cuando entra en resonancia produciendo energía, rebautizado como” Skybrator, el vibrador del cielo” por el prestigioso periódico inglés The Guardian. Intentaremos explicar, grosso modo, su funcionamiento.



Imaginen un cilindro que, de pronto, se pone a vibrar cuando entra en resonancia. El viento, al igual que el agua, genera remolinos en contacto con un cuerpo redondeado. Mitigar ese fenómeno, conocido como “vibración inducida por desprendimiento de vórtices” (VIV, por sus siglas en inglés) siempre ha sido un problema para la ingeniería. David Yáñez, ingeniero fundador de la empresa Vortex Bladeless, pensó durante varios años cómo maximizar esa inestabilidad aerodinámica para capturar la energía contenida en ella. Y lo consiguió.

Para explicarlo, Yáñez recurre al ejemplo de la soprano que ajusta el tono de voz a la frecuencia de resonancia de una copa de cristal hasta que ésta empieza a vibrar (y se rompe si continúa, como hemos visto en infinidad de películas). De la misma forma, el aerogenerador sin palas de Vortex Bladeless entra en resonancia con el viento y comienza a oscilar.

La estructura del cilindro está construida con resina reforzada con fibra de carbono. Pero su secreto está en el interior que está diseñado para convertir la energía mecánica de la oscilación en energía eléctrica a través de un sistema de alternadores (con bobinas e imanes y sin engranajes, ejes o desplazamientos).

Las aplicaciones de esta nueva forma de generar energía abarcan un amplio abanico, tanto para uso particular como industrial. Así, la compañía ha preparado varios modelos, desde el más pequeño de 85 centímetros para usos que requieran poca energía, hasta el Vortex Goliath, de 140 metros de altura y un megavatio de potencia, pasando por el de 2,75 metros indicado para tejados y el de 9 metros y dos kilovatios para soluciones industriales intermedias.



Con los modelos más pequeños, la empresa aspira a sustituir a las placas solares o a complementarlas ya que, a diferencia de éstas, pueden funcionar de noche, con lo que esto puede suponer a la hora de recargar las baterías del coche eléctrico. A su favor, la capacidad de aprovechar el viento en las ciudades con el menor impacto visual y ambiental posible.

En cuanto a los modelos mayores, Yáñez reconoce que nunca podrán competir en potencia con los gigantescos molinos eólicos que llegan a generar hasta 12 megavatios, pero juegan con algunas ventajas como el abaratamiento de los costes, tanto de instalación como de mantenimiento, que no generan prácticamente ruido, que no suponen ningún riesgo para el vuelo de las aves migratorias y que, al no tener aspas, no están limitados por el “efecto estela”, pudiendo colocar una mayor densidad de cilindros en el espacio donde apenas cabrían un par de molinos tradicionales.

Aunque todavía está en fase de desarrollo y gestionando el farragoso trámite de las certificaciones, esperemos que pronto se popularice esta nueva tecnología y no acabe, como otras muchas alternativas, en un olvidado cajón por culpa de oscuros intereses políticos y empresariales.