martes, 11 de octubre de 2022

El coche eléctrico actual no tiene futuro. Imposible cumplir con las previsiones

 



Nos machacan a todas horas con la historia de que el coche eléctrico es el futuro, que sin ellos el planeta se va a pique y que se tienen que prohibir el resto de tecnologías porque la electromovilidad ya está lo suficientemente desarrollada para sustituir a todas las demás que emplean combustibles fósiles. Mentira tras mentira para convencer a la sociedad y rentabilizar las inversiones realizadas en una tecnología que apenas nacer, ya está sentenciada.

Al elevado precio de los vehículos (que pagamos en parte entre todos vía subvenciones), la falta de autonomía (incluso falsificando las certificaciones de los fabricantes) y la escasez de postes de carga (ni multiplicándolos por diez habría suficiente), se suma la escasez de materias primas necesarias para llevar a cabo esta transición.

Según la Agencia Internacional de la Energía (AIE), en el último año se han vendido 6,6 millones de coches eléctricos puros en el mundo, un 9% de la venta total, una cifra que triplica las de 2020. Según la AIE, para conseguir emisiones netas en el año 2050, el mundo necesitará haber vendido 2.000 millones de coches eléctricos.  



Según un informe de la agencia especializada Benchmark Mineral Intelligence, para fabricar las baterías de esos 2.000 millones de coches, se necesitarían, aparte de las existentes, 336 nuevas minas de tamaño medio, a razón de 59 de litio que produzcan 45.000 toneladas de media anuales; 38 de cobalto a 5.000 toneladas; 72 de níquel a 42.500 toneladas; 97 de grafito en escamas naturales a 56.000 toneladas y 54 plantas de grafito sintético que produzcan 57.000 toneladas cada una al año.

En lo que se refiere al litio en concreto, la AIE asegura que, contando con las minas existentes y los proyectos en construcción, sólo se podrá satisfacer la mitad de la demanda para 2030. Teniendo en cuenta que las minas de litio tardan una media de 16,5 años para desarrollarse, llegamos tarde. Ya pueden correr si no quieren que el precio del litio despegue de manera incontrolada. No es de extrañar que hace unos meses, Elon Musk, uno de los principales beneficiarios de la moda del coche eléctrico, afirmara que el procesamiento del litio era como “una licencia para imprimir dinero”.

Pero es que no llegamos con el tiempo ni tampoco con la cantidad. El año pasado, la producción global de litio fue de 100.000 toneladas y se calcula que las reservas mundiales son de unos 22 millones de toneladas. Las baterías actuales se llevan unos 8 kilos del mineral. Un simple cálculo nos dice que, con la cantidad total de reservas, se podrían producir algo menos de 2.500 millones de baterías. Si quieren que en 2050 funcionen 2.000 millones de coches… Y no olvidemos que baterías de litio también usan los portátiles, los móviles, bicicletas, patinetes y todo tipo de cachivaches eléctricos.



“Que lo reciclen”, opinan algunos. Pues no está muy claro. Hasta la fecha, menos de un 1% de las baterías de iones de litio se reciclan en EEUU y la UE, mecas mundiales del reciclado. Inadecuada legislación, falta de tecnología y el coste del transporte de materiales peligrosos tienen la culpa.

Pero no seamos tan negativos. La tecnología avanza vertiginosamente, sobre todo cuando hay necesidad y proyectos como el de extraer litio de la mica o del agua del mar, donde se estima que hay 5.000 veces más litio que en tierra, se están empezando a desarrollar, aunque sus resultados los veremos a muy largo plazo, si es que los llegamos a ver. Quizá mejore el reciclado de las baterías usadas o se descubran nuevos sistemas de almacenaje de la electricidad. Pero lo que está claro es que, si nada mejora, en menos de una década nos daremos cuenta de que el coche eléctrico no ha sido la solución a nuestros problemas.  


martes, 4 de octubre de 2022

¿Y si hubiesen hecho el trasvase del Ebro? ¡Lo que habríamos mejorado!

 


España, año 2001. Se aprueba el Plan Hidrológico Nacional. Un plan trabajado durante varios años, que pretendía racionalizar y mejorar el abastecimiento de agua en todo el país y que, al final, se hizo popular y sólo se recuerda porque introducía un trasvase desde el río Ebro hasta las cuatro cuencas del mediterráneo, habitualmente deficitarias: la Catalana Interior, la del Júcar, la del Segura y la Mediterránea Andaluza.

La previsión era transferir 1.050 hectómetros cúbicos al año a estas cuencas, a razón de 190 a la catalana, 315 a la del Júcar, 450 a la del Segura y 95 a la andaluza, siempre respetando que el caudal ecológico del río Ebro (cantidad mínima de agua que debe llevar para que no haya problemas para el entorno natural) fuese de 3.009 hm3 al año a su paso por Tortosa. En caso contrario, no habría trasvase ese año.  

España, año 2004. Pierde en “extrañas” circunstancias el PP las elecciones y entra en el gobierno de la nación el PSOE. Una de las primeras medidas de Zapatero es derogar el Plan Hidrológico Nacional, un plan del que apenas habían empezado a hacer obras. ¿Por qué se deroga? Por dos motivos especialmente: por el rechazo ecologista a cualquier proyecto que presentase la derecha, tuviese o no razón de ser y por el rechazo nacionalista catalán, reacios siempre a que otras regiones al sur de su demarcación, puedan prosperar y amenacen su liderazgo. Ambos se basaban en que realizar el trasvase, casi en la desembocadura del Ebro, supondría un desastre ambiental para toda la cuenca y dejaría sin agua el Delta.


Hagamos un ejercicio de ciencia ficción. ¿Qué hubiese ocurrido si el trasvase estuviera construido y en marcha? Supongamos que hubiese empezado a funcionar, tras cinco años de obras, en el 2009. Cogiendo los datos oficiales hasta 2019 (últimos disponibles), la media del caudal a su paso por Tortosa es de 8.944 hm3, casi 6.000 hm3 de agua superior al caudal ecológico (recordemos de 3.009 hm3) que, por supuesto, han ido a parar al mar por no poderlos almacenar. Incluso en el año más seco, 2011, por la estación de Tortosa pasaron 3.904 hectómetros, bastante más que el caudal ecológico. Si tenemos en cuenta que el trasvase previsto era de 1.050 hm3, excepto el año 2011, se hubiese podido enviar toda el agua prevista a las cuatro cuencas mediterráneas. 

¿Qué se hubiese conseguido? Por una parte, acabar con las penurias hídricas que se reproducen, año tras año, en las cuatro cuencas. Es más, se hubiesen podido llenar los embalses de estos ríos (actualmente a unos 2.000 hm3 de su máxima capacidad). Y para rematar la faena, se podría prescindir del polémico trasvase Tajo-Segura, que en los últimos diez años ha aportado 305 hm3 de media al seco Segura.

¿Perjudicados por esta negativa demagógica al trasvase?

Empecemos por Aragón. El Plan Hidrológico tenía previsto la creación de miles de hectáreas de regadío en esta región. Además, se hubieran construido unos 30 embalses, muchos de ellos en Aragón, para retener las aguas del Ebro a la par que suministrar agua a estas nuevas tierras. El seguidismo de su gobierno autonómico a los dictados catalanes echó por tierra todas estas inversiones.

Interior de Cataluña. A pesar de que han intentado paliar la falta de agua con otros mini trasvases internos, no han tenido la cantidad que sí les hubiera proporcionado el Plan Hidrológico. Sus mandatarios provocaron que esa agua no les llegase. Se lo pueden agradecer.



Cuencas del Júcar, Segura y Almería. Han logrado el objetivo de que estas pujantes regiones no se desarrollen al máximo de sus posibilidades. Ni la agricultura, ni el turismo ni la industria han tenido suficiente agua para crecer y la “alternativa” de las decenas de plantas desaladoras construidas, tan sólo han contribuido a elevar el gasto de los agricultores y el consumo eléctrico del país.  

Un mal negocio, se mire por donde se mire. Pero nadie les pedirá cuentas. Como siempre.