jueves, 28 de marzo de 2019

La Generalitat Valenciana desertiza el norte de Alicante




100.000 árboles son muchos árboles. Sobre todo, para una provincia como la de Alicante en la que la desertización avanza a todo gas. Si ustedes la recorren de sur a norte comprobarán que tan solo en el último tercio, el norte, aparece una vegetación aceptable. Pues bien, por orden de la Generalitat Valenciana, 100.000 de esos árboles (almendros en su mayoría) que pueblan los campos del norte de la provincia ya se han arrancado. Y la cosa no va a detenerse ahí. Ni de lejos.

La culpa, en un principio, la tiene la “xylella fastidiosa”, una bacteria patógena, sin cura conocida, que afecta a un buen número de árboles de interés agrícola, ornamental y forestal, sobre todo a los almendros. La bacteria se aloja en la xilema de la planta (los conductos por donde circula el agua y los nutrientes) provocando que se vaya secando hasta que muere. La transmisión entre árboles la efectúan insectos denominados hemípteros chupadores, que se alimentan absorbiendo las sustancias que circulan por la xilema del árbol enfermo. Al picar en otro sano, le transmiten la bacteria. El radio de acción de estos insectos es de 100 metros aproximadamente.

Disculpen la disertación científica, pero era necesaria para comprender porqué la Generalitat se ha lanzado a la “cruzada” de exterminar cualquier almendro que se cruce en su camino. Según ellos, la Unión Europea les obliga a erradicar cualquier árbol infectado y todos los que estén a 100 metros a la redonda (pueden ser cientos de árboles), que es la distancia que pueden recorrer los insectos, para no poner en peligro a otros territorios. ¿Y funciona? A los datos me remito: lo que comenzó como una anécdota que afectaba a unos pocos cultivos de una población alicantina de la costa, todavía no hace ni dos años, se ha extendido por todo el norte de la provincia, llegando a 73 poblaciones, 2 de ellas en la vecina provincia de Valencia. Llámenme loco, pero creo que la deforestación no es la mejor solución.


Y esta misma opinión es la que tienen en la organización agraria ASAJA, en la Asociación de Afectados por la Xilella Fastidiosa de Alicante (AXFA) y en numerosas organizaciones ecologistas que opinan que la táctica que emplea la Generalitat se está revelando como ineficaz y que, pese a cortar 100.000 árboles, no ha garantizado la eliminación de la bacteria, además del grave impacto medioambiental y económico que favorece la despoblación de zonas rurales, ya de por si bastante envejecidas y despobladas. 

Las declaraciones de Carmen Vañó, de AXFA, son reveladoras: “la xylella ha venido para quedarse y no tiene sentido arrancarlo todo cuando está quedando demostrado que la plaga sigue extendiéndose. Insistimos en la necesidad de pasar a la contención”.

La contención de la que habla la señora Vañó ya se ha probado en el sur de Italia, lugar en el que se tuvieron las primeras noticias de la plaga, y ha funcionado. ¿Por qué se niega la Generalitat a aplicarla? Según ellos, no es una opción viable porque tendría que ser aprobada por la Comisión Europea y por los 27 miembros. Pero, ¿se lo han preguntado?

Mientras los almendros caen a miles todos los días, una última consideración. La Comunidad Valenciana está gobernada por un tripartito formado por PSOE, Compromis y Podemos. ¿Imaginan que la decisión de deforestar el norte de la provincia de Alicante la hubiese tomado un gobierno del PP? Seguro que sería la noticia de apertura de todos los informativos. Una guerra.  

miércoles, 27 de marzo de 2019

España consume un 16% menos de energía que hace diez años (a pesar de lo que nos quieren hacer creer)




Los españoles siempre creemos que lo nuestro es lo peor. Según cuentan, mientras el resto del mundo nos aprecia (e incluso, admira), nosotros seguimos, erre que erre, pensando que somos un desastre. Y en el tema energético, con el consabido cambio climático, no iba a ser menos.

Pregunten por ahí. Les apuesto dos a uno a que más de la mitad de la gente les dice que somos el país que peor reciclamos, que menos reforestamos, que más plástico tiramos al mar, que menos energías limpias producimos o que más petróleo derrochamos. Décadas de ecologismo sandía y progresismo desahogado nos han llevado hasta esas conclusiones. Pues no. No somos así. Vamos a romper una lanza por España.

España en el año 2007 era jauja. Casi no conocíamos a nadie que estuviera en el paro, los mileuristas (¡quien cogiera ahora 1.000 euros limpios al mes!) se quejaban de que eran los parias del país, las casas, los coches y cualquier otro bien, por caro que fuera, se agotaban antes de salir al mercado, las empresas no fabricaban lo suficiente… estábamos en la cresta de la ola.

La energía no iba a ser menos: la derrochábamos a manos llenas. Para medir el consumo energético en grandes magnitudes (un país, por ejemplo) se utiliza el término “ktep”, que equivale a 1.000 toneladas de petróleo. En 2007, España consumió 147.359 ktep, mientras el PIB a precios constantes fue de 1.080.807 millones de euros.

Vino la crisis y con ella un bajón considerable del consumo energético. Pero como no hay mal que 100 años dure, España se recuperó (al menos en lo que a PIB se refiere) y en 2018 se llegó a 1.206.878 millones de euros de PIB, un 12% más que diez años antes. ¿Y el consumo energético? Pues en contra de lo que muchos piensan (o de lo que nos quieren hacer creer), nos quedamos en 123.484 ktep, un 16% menos que en 2007. Siendo, más o menos, la misma población, producimos más y consumimos menos. ¿Cómo es posible?


Si hacemos caso a los ecologistas más radicales, la única forma de consumir menos energía y, con ello, aliviar las tensiones del cambio climático, es limitar el crecimiento económico, evitar que aumente la población del planeta y conseguir que los más pobres no alcancen el nivel de consumismo imperante en la sociedad occidental. Mejor aún: que todos nos volvamos pobres y no podamos pagar la energía. La explicación es mucho más sencilla; se produce más y se consume menos mejorando constantemente la eficiencia energética.  

A pesar de llenar nuestras casas de aparatos electrónicos, las calles de coches y las fábricas de robots, necesitamos menos energía para hacer crecer la economía. La tecnología y el desarrollo económico tienen esas cosas. Los datos del Ministerio de Industria no mienten: para cada millón de euros producidos en 2007 se necesitaban 144 ktep; ahora con 112 tenemos suficiente. ¡Algo estaremos haciendo bien!


Pero no nos quedemos solo con este dato. La mejora en el uso de la energía ha venido acompañada de una rebaja en las energías más contaminantes, el petróleo y el carbón. En 2007, suponían más del 60% del consumo primario y ahora no llega al 50%. Evidentemente, las energías “limpias” ahora son rentables y las empresas (capitalismo) apuesta por ellas y en 2007 eran una ruina y solo Zapatero, con el dinero de todos, quiso colocarse la medalla al más ecológico, provocando que se forrasen unos pocos mientras el resto pagábamos el festín solar.       

Una última consideración. Si producimos más, consumimos menos y encima, la energía es menos contaminante, ¿por qué nos fríen con impuestos “verdes” e, incluso, nos quieren colocar algunos más? Los políticos nunca recaudan lo suficiente para mantener sus privilegios. 


jueves, 14 de marzo de 2019

Las etiquetas de la DGT con las que poder llegar hasta la Puerta del Sol




La carrera por conseguir ser los menos contaminados del mundo nos está llevando a situaciones estrambóticas. Cualquier dirigente que se precie, impone (o, al menos dice que va a imponer) restricciones a la venta o al uso de coches. Sólo de coches. Será porque de eso entiende todo el mundo y, de esa forma, sus medidas se difunden por todas las capas de la población, ganando protagonismo, porque si hablasen de los gases que se desprenden en la industria auxiliar farmacéutica de la zona meridional de la península, por poner un ejemplo, nadie les haría caso.

Prohibición de vender coches diésel, gasolina o híbridos dentro de dos décadas, más o menos; prohibición para circular en tal ciudad a los vehículos matriculados antes de 200x si están pintados con colores cálidos; prohibición para aparcar en las calles que empiecen por vocal a los coches con matrícula capicúa en los días impares…  en fin, ya pueden comprobar que estoy exagerando, pero es que el galimatías que se están montando algunos es para hacérselo mirar. Un buen ejemplo es la ciudad de Madrid y sus ya famosas etiquetas de colores patrocinadas por la DGT. ¿Cómo son, con cuál de ellas puede circular por la capital y qué días?

Para empezar, comentarles que, si disponen de un vehículo diésel anterior al año 2006, uno de gasolina anterior a 2000 o una motocicleta o ciclomotor matriculados antes de 2003 (aproximadamente el 50% de los vehículos censados en Madrid), se han quedado sin etiqueta. Lo siento. Sus coches son un demonio contaminante sobre cuatro ruedas y los días que haya restricciones (que no tardarán en ser todos), no podrán circular por Madrid. Para el resto, cuatro etiquetas que deberán pegar en el parabrisas. A saber:


- Etiqueta azul de cero emisiones. La “joya” de la corona. Con ella se puede circular siempre, aparcar sin pagar y ser bien visto por todos los ciudadanos. La llevan los vehículos eléctricos de batería, el eléctrico de autonomía extendida, el de pila de combustible y el híbrido enchufable con más de 40 kilómetros de autonomía eléctrica.

- Etiqueta azul y verde. Aquí empieza el lío. La pueden pegar los turismos híbridos enchufables con menos de 40 kilómetros de autonomía eléctrica, los híbridos no enchufables y los propulsados con cualquier tipo de gas. Todos los vehículos deberán cumplir las normativas Euro 4/IV, 5/V o 6/VI si son gasolina o Euro 6/VI para el diésel. En el caso de los vehículos con más de ocho plazas y transporte de mercancías, será obligatorio que cumplan con la normativa Euro 6/VI.


- Etiqueta verde o C. Bajamos de categoría. Con esta etiqueta que todavía permite tener algunos privilegios, pueden contar los turismos y comerciales ligeros de gasolina matriculados a partir de 2006 que cumplan con la norma Euro 4/IV, 5/V o 6/VI y los diésel posteriores a 2014 que cumplan la normativa Euro 6/VI. Para los vehículos de más de ocho plazas y de transporte de mercancías, deberán cumplir la Euro 6/VI indistintamente del combustible que utilicen.


- Etiqueta amarilla o B. La última categoría entre quienes pueden llevar etiquetas. La podrán pegar los turismos y comerciales ligeros de gasolina matriculados a partir del año 2000 o los diésel a partir de 2006. También los vehículos de más de ocho plazas y transporte de mercancía posteriores a 2005 que cumplan la normativa Euro 4/IV o 5/V.


Los coches que no cumplan ninguno de estos requisitos, no podrán llevar etiquetas.

¿Se han hecho un lío? Pues hay una forma sencilla de acertar: Entrar en el buscador de la DGT, teclear el número de matrícula de su coche y darle a “comprobar”. En un segundo sabrán que etiqueta comprar, ¿o acaso creían que era gratis?

Las etiquetas (¡5 euros por una pegatina!) se pueden adquirir en oficinas de Correos, en algunos talleres autorizados o en la web de la DGT, siempre con su DNI, carné de conducir y permiso de circulación del coche. Aunque no es obligatorio llevarlas, sí que es aconsejable para evitar que la policía nos tenga retenidos hasta que lo compruebe en su base de datos en caso de que estemos en zonas restringidas. El mejor sitio para colocarlas es en el ángulo inferior derecho del parabrisas delantero.


¿Con ellas se puede circular libremente por cualquier calle? Lo sentimos. No. Dependerá de la contaminación existente y de las ganas que tenga el alcalde o el concejal de movilidad de que el problema se haga visible en los medios de comunicación. Unos días podrán circular todos, otros sólo algunos y, al final, todos a pie, que es lo que parecen perseguir.

lunes, 11 de marzo de 2019

Así puede evitar la propaganda electoral en su buzón




En los próximos dos meses y medio, la mayoría de los españoles vamos a tener que echar una papeleta electoral en cinco urnas. La de propagando electoral que vamos a tener que tragarnos. ¡Dios nos pille confesados!

No se si ustedes hacen lo mismo, pero yo intento huir como de la peste de toda esa parafernalia que solo sirve para justificar el trabajo de los políticos y de todo el aparato electoral que llevan detrás. Las noticias de la televisión las pongo cuando ya llevan diez minutos en marcha; en cuanto en la radio nombran a algún partido o político cambio de emisora (gracias a los aparatos digitales, con solo apretar un botón…); en los diarios en papel me salto las primeras diez o quince páginas y en los de internet, paso todo lo deprisa que puedo hasta llegar a las noticias de sociedad o deportes. Pero de lo que no me puedo librar es de esa arcaica costumbre de los años 70 u 80: el buzoneo de propaganda. ¿O sí?

Pues sí. Hay una forma de evitar que los partidos políticos inunden su buzón con panfletos que, estoy seguro, no lee ni un 1% de la población. ¡Menuda forma de tirar papel; viva la ecología!


La Junta Electoral Central da la opción a los ciudadanos de cancelar el envío de propaganda electoral a sus buzones. El proceso es sencillo, pero tiene que cumplir uno de los dos requisitos previos: o tener el certificado digital instalado en su navegador o estar dado de alta en el sistema Cl@ve. Si es así, el proceso para la exclusión del envío de propaganda electoral es el siguiente:

- Acceda a la sede electrónica del INE, en el apartado para la exclusión del censo electoral que se envía a los partidos políticos.

- A la derecha, elija la opción “acceder con certificado digital” o “acceder con Cl@ve”.

- Una vez haya accedido, aparecerá como excluido o incluido, en función de su estado. Un poco más abajo, encontrará otro enlace que pone “para solicitar la inclusión/exclusión en las copias para partidos, pulse aquí”.

- Dentro de ese enlace, encontrará un desplegable con la opción de incluirse o excluirse del censo (ojo: solo del que se envía a los partidos. Continúa apareciendo en el de las mesas electorales).

- Al terminar, aparecerá un justificante “recibo de presentación en oficinas de registro” en que se indican sus datos y el resultado de su solicitud.


Con esta modificación, tendrá el buzón libre de la maldita propaganda en los períodos electorales que se avecinan y en futuras elecciones. Y si cambia de idea, nada más sencillo que repetir el proceso en sentido contrario.

Personalmente, no tengo instalado el certificado digital en mi navegador. Éste es un buen motivo para hacerlo.


jueves, 7 de marzo de 2019

El ruinoso cine español: 27 películas con menos de 300 euros de recaudación en 2018




”Este Gobierno se compromete a apoyar incondicionalmente el mundo de la cultura española”. Estas palabras, más o menos literales, han sido pronunciadas en numerosas ocasiones por nuestro flamante presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Y no solo por él, con anterioridad también las han dicho Rajoy, Zapatero…

¿Y en qué se basa ese apoyo? Pues, como ya habrán adivinado, vía subvenciones y otras prebendas concedidas, habitualmente, a sus amiguetes y correligionarios de partido.

El cine es un buen ejemplo de ello. En 2018, las películas españolas recaudaron poco más de 100 millones de euros en las salas comerciales. Si tenemos en cuenta que se concedieron más de 80 millones de euros en subvenciones, tendremos que reconocer que el sector es una ruina. Los españoles pagamos a través de nuestros impuestos unas películas que nadie, o casi nadie, tiene interés en ver. Y si acudimos a las salas, las pagamos dos veces, como diría el gran crítico cinematográfico Carlos Pumares. Les dejo algunos ejemplos de afluencia a las salas o recaudación:

- “Tahib”, un espectador y cinco euros de recaudación.

- “Casals, la fuerza del silencio”, 14 espectadores, 30 euros de recaudación.

- “Tierras construidas”, 9 espectadores y 46 euros de taquilla.

- “Josep Renau, el arte en peligro”, “Corrupcion, el organismo nocivo”, “El Último Fracaso”, “Nidos desnudos”, “InDISCutible”, “La Voz en lucha”, “Nopoki, yo vengo”, “Ternura y la tercera persona”, “Sin novedad”. Ninguno de estos largometrajes llegó a los 100 euros de recaudación.


- “Tigernaut, la patria de las mujeres íntegras”, 32 espectadores y 118 euros en entradas.

-“Tus desperdicios y otros manjares”, menos de 200 euros en taquilla.

- “El cuaderno de barro”, 21 personas compraron la entrada con un total de 149 euros de recaudación.

- “Maniac Tales”, “O tempo futuro”, “Buscando a Dieneba”, “El pintor de calaveras”, “Puta y amada”, “Telúrico”, “En tránsito”, “Directos Z”, “El vendedor de ilusiones”, “La rusa”, “Cantábrico”, “Las postales de Roberto”. Todas ellas con menos de 300 euros de recaudación.


Aunque parezca increíble, son 27 las películas españolas que no han llegado ni a los 300 euros de ventas en taquilla. En cualquier otro sector, la empresa que las hubiera producido habría quebrado y sus dirigentes, ante tamaño fracaso, quedarían marcados para futuros negocios. En el mundo de la cultura española no ocurre nada parecido: reciben la subvención, pagan los gastos, se embolsan un buen pico y, al siguiente año, otra bodrio-película y a seguir viviendo del cuento. Y quien dice una, dice dos, tres… cuantas más hagan, más subvenciones.


Porque los españoles no solo subvencionamos películas cuyo público objetivo sean minorías, favoreciendo con ello la diversificación de la cultura, aunque su audiencia sea, previsiblemente, baja. Pagamos por todas, incluso por aquellas como “Superlópez”, “El mejor verano de mi vida”, “La tribu”, “El cuaderno de Sara” o “Campeones”, que recaudaron más de 5 millones en taquilla (“Campeones” casi 20) y que fueron subvencionadas con un millón de euros por película.

Si no tienen éxito, los contribuyentes pagamos y participamos en las pérdidas. Si lo tienen, continuamos pagando y ellos se llevan los beneficios. ¿Y nos quejábamos del sector bancario?