Pues eso, felicidades a los que tienen su onomástica el 27 de Junio. Pero en este caso no voy a referirme a personas sino a un objeto casi casi imprescindible en nuestra vida cotidiana: el cajero automático. Parece que esté ahí desde siempre, pero no.
Corría el año 1.967 cuando un señor inglés llamado John Shepherd-Barron instaló el primero de estos artilugios en una sucursal de Barclays Bank en Enfield (Gran Bretaña). Este señor tenía la manía de poder sacar dinero del banco a cualquier hora del día, sobre todo los fines de semana. Su sistema consistía en introducir un cheque impregnado de carbono 14, que anteriormente había comprado en la ventanilla del banco, en la ya mencionada maquinita y esta le devolvía diez billetes de una libra. No había posibilidad de elegir, como el cajero no tenía pantalla sólo sabía ejecutar esta operación.
Aún así, la acogida fue espectacular y los bancos aumentaron notablemente su negocio ya que los clientes, ante la posibilidad de poder sacar dinero cuando quisiesen, dejaron de guardar dinero en sus casas y lo ingresaron en los bancos. Tenían que pagar una pequeña comisión por disponer de su dinero, pero eso a la gente le daba, y le da, igual, de algo tienen que vivir los bancos.
El primer cajero no llegó a España hasta bien entrada la década de los setenta, aunque después hemos corrido mucho, ya que, actualmente somos el segundo país mundial que más cajeros tiene por número de habitantes.
Desde entonces los cajeros han incorporado pantallas, primero monocromas, después de color y desde hace doce años táctiles. Por supuesto, ya no se utilizan cheques sino libretas o, lo más común, tarjetas de crédito (que invento, un trocito de plástico con una banda magnética y una validez de cinco años por 20 Euros como mínimo al año. Porque después te cobran comisión por casi todos los usos que haces de ella así que el precio es por el plastiquito). Y, como no, todo el mundo tiene alguna anécdota que contar, por lo general malas, del funcionamiento de los cajeros : “que se ha tragado la tarjeta”, “que había un quinqui esperando a la puerta y se lo ha llevado todo, hasta el anillo de casado (que casualidad)”, “que me he pasado del límite y este mes no tengo ni para el Marca”, “que me la robaron y pagaron con ella los gastos de un club de carretera (otra casualidad)” y un largo etcétera de sinsabores.
Sin embargo, no todo va a ser malo. La tarjeta de crédito y el cajero automático nos han salvado de un montón de situaciones difíciles, sobre todo cuando estás fuera de tu población habitual y hoy día ya nadie se acuerda de cuando para viajar había que llevar un fajo de billetes verdes, de los de a mil, incrustado en la ropa interior para que no se los robasen. Que robarlos no los robaban, pero algunos tenían una pinta de torero...
El futuro parece prometedor sobre todo para los usuarios, para que podamos pasar a llevar una mejor vida. Algunos cajeros ya dejan que introduzcas la tarjeta sanitaria y puedas concertar cita con el médico, otros te dejan sacar entradas a espectáculos sin tener que hacer colas interminables, otros te venden abonos de transporte, te dejan pagar recibos, impuestos y multas sin tener que verle la cara al hastiado funcionario que normalmente te las cobra (es doble castigo) e incluso algunos ya dejan introducir dinero (futuro incierto para los empleados de banca).
Dentro de poco podremos prescindir de la contraseña esa que siempre se nos olvida y acabamos apuntándola en un papelito que guardamos en la cartera, muy cerca de la tarjeta de crédito, e incluso, prescindir de la tarjeta, ya que podrán identificarnos con las huellas dactilares, el iris de los ojos, la palma de la mano e incluso la oreja.
- Cuando era joven me encantaba presumir delante de las chavalas sacando dinero de los cajeros de mi pueblo.
- Cuando usted era joven, don Graciano, no habían cajeros automáticos, y menos en su pueblo. Usted no pudo usarlos hasta pasados los cincuenta.
- Cómo pasa el tiempo. Como se nota que me estoy haciendo viejo.
- Usted no se hace viejo, don Graciano. Como diría mi padre, usted se hace mayor, que suena como más importante.
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