miércoles, 17 de abril de 2013

Fracking: la nueva guerra entre el ecologismo y la prosperidad



La lucha encarnizada que durante casi dos décadas ha enfrentado a defensores y detractores del cambio climático parece que ha finalizado. O al menos, ha entrado en un receso provocado por la tremenda crisis económica que sufrimos desde hace un lustro y que ha hecho que más de uno se olvide de las catástrofes que pueden (o no) ocurrir dentro de cien años y se preocupe más por no perder su trabajo y llegar sin demasiados apuros a fin de mes. ¡Qué le vamos a hacer! somos humanos, tenemos prioridades y, sin ningún lugar a dudas, la alimentación está mucho más arriba en esa clasificación que las películas apocalípticas.    

Una vez agotado ese filón, parece que el ecologismo ha encontrado otra causa por la que luchar: el fracking. Y la batalla no será menos encarnizada esta vez.

Pero vayamos por partes: ¿de qué estamos hablando? El fracking o fracturación hidráulica es la estimulación hidráulica para la extracción de hidrocarburos denominados “no convencionales” (realmente, el gas extraído es simplemente gas natural; lo que no resulta convencional es la forma de extraerlo).


El también denominado “shale gas” se encuentra atrapado en rocas con muy poca permeabilidad, lo que impide que éste se concentre en grandes bolsas. Los hidrocarburos se encuentran diseminados, dispersos en pequeñas burbujas, y para extraerlos es necesario romper la roca.

Los gases se encuentran atrapados a alta profundidad, en capas de pizarra ubicadas entre 400 y 5.000 metros bajo la superficie. Para llegar hasta ellos, se excava un pozo vertical hasta alcanzar la capa de pizarra y, una vez allí, se realiza una perforación horizontal que tiene de media una longitud de 1,5 kilómetros. A lo largo de la perforación horizontal se realizan pequeñas explosiones controladas que provocan en la roca fracturas. Es en este momento cuando se inyectan entre 10.000 y 30.000 metros cúbicos de agua, arena y aditivos químicos a altísima presión para romper aún más la roca y permitir que se libere el gas. Posteriormente, el gas sube a la superficie junto al agua y los productos químicos donde se separan y se recupera el hidrocarburo.


Una vez intentado explicar lo que es el fracking (pueden encontrar muchísima más información en páginas especializadas de la red), vamos con los pros y los contras de esta técnica.

Los detractores, entre los que se encuentran grupos ecologistas, plataformas cívicas, sindicatos y algunos partidos de izquierda (los de siempre como pueden comprobar), auguran todo tipo de desgracias: que existe riesgo de contaminación del aire; que es posible la emisión de gases de efecto invernadero; que existe riesgo de acentuación de movimientos sísmicos, que se usa excesiva agua en las explotaciones... pero, sobre todo, esgrimen un poderoso argumento: que la utilización de productos tóxicos amenaza la contaminación de los acuíferos colindantes a la zona de explotación.

¿Por qué digo que es trascendente este argumento? Pues porque el “cóctel” que se inyecta a presión en la roca está compuesto en un 99,5% agua y arena y otro 0,5% por componentes químicos completamente desconocidos y que las empresas energéticas se preocupan mucho en ocultar. Y es este ostracismo el que provoca lógicos recelos entre los detractores del fracking que sospechan que puedan ser cancerígenos y/o altamente contaminantes.


En la otra esquina del ring, las empresas aseguran que las probabilidades de contaminación de los acuíferos son mínimas porque los pozos se aíslan con una doble barrera protectora de acero y cemento y que no se realiza la fracturación hidráulica hasta superar pruebas de estanqueidad en las perforaciones. Además, aclaran que la fracturación se realiza miles de metros por debajo del nivel donde se encuentran los acuíferos y que las aguas residuales que se recuperan tras el fracking se depositan y tratan en instalaciones que impiden que haya contaminación.

Pero, sobre todo, los argumentos se centran en dos cuestiones:
- Que la generación eléctrica a partir del shale gas reduce las emisiones entre un 41% y el 49% en relación a las generadas por las centrales de carbón.
- Y que en España, las reservas de gas pizarra serían suficientes para cubrir el consumo total de España durante 39 años si se mantuviera en niveles actuales, según el Consejo Superior de Colegios de Ingenieros de Minas, o de 700.000 millones de euros las reservas de gas (70 años de consumo) y 150.000 millones las de crudo (20% del consumo durante las próximas dos décadas) si quien facilita la información es la Asociación Española de Compañías de Investigación, Exploración y Producción de Hidrocarburos y Almacenamiento Subterráneo (ACIEP). Cifras realmente mareantes para un país que importa el 99,5% de los hidrocarburos que consume, con un coste superior a los 56.000 millones de euros.

En Estados Unidos ya han tomado la delantera en esta batalla: entre el año 2000 y el 2012 pasaron de una producción cero a diez veces el consumo anual de gas español. Tienen 200.000 pozos abiertos donde trabajan más de dos millones de empleados y han logrado rebajar el precio que pagan los consumidores norteamericanos por su gas en un 20%. Además, según los últimos datos conocidos, Estados Unidos ha importado un 25% menos de hidrocarburos durante el año 2012. Y esto empieza a notarse en el precio del petróleo que pagamos en todo el mundo.


La guerra entre el ecologismo y la prosperidad está servida y yo me pregunto: ¿no se pueden compaginar las dos opciones? ¿Nuestro Gobierno será por una vez lo suficientemente valiente como para no ceder a la primera ante los movimientos ecologistas y, a la vez, exigir que las empresas energéticas cumplan escrupulosamente rigurosas exigencias medioambientales en las explotaciones?  

PD. Se estrena estos días en nuestros cines la película “Tierra prometida” protagonizada por Matt Damon y cuyo argumento gira en torno al fracking. Por supuesto, toma partido por el bando ecologista. Hollywood, ya saben…


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