La lucha encarnizada que durante casi dos
décadas ha enfrentado a defensores y detractores del cambio climático parece
que ha finalizado. O al menos, ha entrado en un receso provocado por la
tremenda crisis económica que sufrimos desde hace un lustro y que ha hecho que
más de uno se olvide de las catástrofes que pueden (o no) ocurrir dentro de
cien años y se preocupe más por no perder su trabajo y llegar sin demasiados
apuros a fin de mes. ¡Qué le vamos a hacer! somos humanos, tenemos prioridades
y, sin ningún lugar a dudas, la alimentación está mucho más arriba en esa
clasificación que las películas apocalípticas.
Una vez agotado ese filón, parece que el
ecologismo ha encontrado otra causa por la que luchar: el fracking. Y la
batalla no será menos encarnizada esta vez.
Pero vayamos por partes: ¿de qué estamos
hablando? El fracking o fracturación hidráulica es la estimulación hidráulica
para la extracción de hidrocarburos denominados “no convencionales” (realmente,
el gas extraído es simplemente gas natural; lo que no resulta convencional es
la forma de extraerlo).
El también denominado “shale gas” se
encuentra atrapado en rocas con muy poca permeabilidad, lo que impide que éste
se concentre en grandes bolsas. Los hidrocarburos se encuentran diseminados, dispersos
en pequeñas burbujas, y para extraerlos es necesario romper la roca.
Los gases se encuentran atrapados a alta
profundidad, en capas de pizarra ubicadas entre 400 y 5.000 metros bajo la
superficie. Para llegar hasta ellos, se excava un pozo vertical hasta alcanzar la
capa de pizarra y, una vez allí, se realiza una perforación horizontal que
tiene de media una longitud de 1,5 kilómetros. A lo largo de la perforación
horizontal se realizan pequeñas explosiones controladas que provocan en la roca
fracturas. Es en este momento cuando se inyectan entre 10.000 y 30.000 metros
cúbicos de agua, arena y aditivos químicos a altísima presión para romper aún
más la roca y permitir que se libere el gas. Posteriormente, el gas sube a la
superficie junto al agua y los productos químicos donde se separan y se
recupera el hidrocarburo.
Una vez intentado explicar lo que es el
fracking (pueden encontrar muchísima más información en páginas especializadas de
la red), vamos con los pros y los contras de esta técnica.
Los detractores, entre los que se encuentran
grupos ecologistas, plataformas cívicas, sindicatos y algunos partidos de
izquierda (los de siempre como pueden comprobar), auguran todo tipo de
desgracias: que existe riesgo de contaminación del aire; que es posible la emisión
de gases de efecto invernadero; que existe riesgo de acentuación de movimientos
sísmicos, que se usa excesiva agua en las explotaciones... pero, sobre todo,
esgrimen un poderoso argumento: que la utilización de productos tóxicos amenaza
la contaminación de los acuíferos colindantes a la zona de explotación.
¿Por qué digo que es trascendente este
argumento? Pues porque el “cóctel” que se inyecta a presión en la roca está compuesto
en un 99,5% agua y arena y otro 0,5% por componentes químicos completamente
desconocidos y que las empresas energéticas se preocupan mucho en ocultar. Y es
este ostracismo el que provoca lógicos recelos entre los detractores del
fracking que sospechan que puedan ser cancerígenos y/o altamente contaminantes.
En la otra esquina del ring, las empresas
aseguran que las probabilidades de contaminación de los acuíferos son mínimas
porque los pozos se aíslan con una doble barrera protectora de acero y cemento y
que no se realiza la fracturación hidráulica hasta superar pruebas de
estanqueidad en las perforaciones. Además, aclaran que la fracturación se
realiza miles de metros por debajo del nivel donde se encuentran los acuíferos
y que las aguas residuales que se recuperan tras el fracking se depositan y
tratan en instalaciones que impiden que haya contaminación.
Pero, sobre todo, los argumentos se
centran en dos cuestiones:
- Que la generación eléctrica a partir del
shale gas reduce las emisiones entre un 41% y el 49% en relación a las
generadas por las centrales de carbón.- Y que en España, las reservas de gas pizarra serían suficientes para cubrir el consumo total de España durante 39 años si se mantuviera en niveles actuales, según el Consejo Superior de Colegios de Ingenieros de Minas, o de 700.000 millones de euros las reservas de gas (70 años de consumo) y 150.000 millones las de crudo (20% del consumo durante las próximas dos décadas) si quien facilita la información es la Asociación Española de Compañías de Investigación, Exploración y Producción de Hidrocarburos y Almacenamiento Subterráneo (ACIEP). Cifras realmente mareantes para un país que importa el 99,5% de los hidrocarburos que consume, con un coste superior a los 56.000 millones de euros.
En Estados Unidos ya han tomado la
delantera en esta batalla: entre el año 2000 y el 2012 pasaron de una producción
cero a diez veces el consumo anual de gas español. Tienen 200.000 pozos abiertos
donde trabajan más de dos millones de empleados y han logrado rebajar el precio
que pagan los consumidores norteamericanos por su gas en un 20%. Además, según
los últimos datos conocidos, Estados Unidos ha importado un 25% menos de
hidrocarburos durante el año 2012. Y esto empieza a notarse en el precio del
petróleo que pagamos en todo el mundo.
La guerra entre el ecologismo y la
prosperidad está servida y yo me pregunto: ¿no se pueden compaginar las dos
opciones? ¿Nuestro Gobierno será por una vez lo suficientemente valiente como
para no ceder a la primera ante los movimientos ecologistas y, a la vez, exigir
que las empresas energéticas cumplan escrupulosamente rigurosas exigencias
medioambientales en las explotaciones?
PD. Se estrena estos días en nuestros cines la película “Tierra prometida” protagonizada por Matt Damon y cuyo argumento gira en torno al fracking. Por supuesto, toma partido por el bando ecologista. Hollywood, ya saben…
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