lunes, 21 de diciembre de 2009

El Estado indemnizará a los motoristas heridos por los quitamiedos

La noticia saltaba esta mañana. Pere Navarro, nuestro flamante director general de Tráfico, sufría este fin de semana un accidente de tráfico cuando circulaba con su motocicleta al resbalar el vehículo con una placa de hielo presente en la calzada.





El accidente tuvo lugar dentro de la ciudad, a una velocidad lenta y las consecuencias, al caerle la motocicleta encima de la pierna, no han sido graves: algunas magulladuras y un esguince en la pierna afectada.
Ha tenido suerte nuestro director general, ya que al ser dentro del casco urbano de una ciudad, no ha chocado contra ningún obstáculo, lo que, sin duda, le hubiese provocado heridas de mayor consideración. De haberle ocurrido en una carretera, a la entrada de una curva, seguramente se hubiese deslizado por el asfalto y habría acabado chocando contra un quitamiedos y, ahí si, las consecuencias podrían haber sido catastróficas.



Es lo que les suele suceder a centenares de motoristas cada año en las carreteras españolas. Un simple resbalón, una caída sin importancia, acaba de forma trágica al chocar el motorista contra las sujeciones (auténticas cuchillas) de los quitamiedos. Miles de motoristas han acabado sus días de esta forma y, los más “afortunados”, han sufrido amputaciones de alguno de sus miembros o han quedado parapléjicos.
Las reivindicaciones de los motoristas son continuas; reclaman un rediseño de estas sujeciones para evitar esta masacre. Soluciones hay varias y todas satisfactorias. Sin embargo, los años pasan y, a pesar de las promesas del gobierno de retirar 1.500 kilómetros de quitamiedos, estas trampas mortales continúan ahí.



Pero puede que tengan los días contados: El Tribunal Supremo ha confirmado que el Estado tiene que pagar una indemnización de 120.000 euros a un motorista de Málaga que sufrió la amputación de su pierna izquierda al chocar contra el quitamiedos de la carretera N-340 en septiembre de 1999. Es la primera sentencia que reconoce la responsabilidad patrimonial de la Administración General del Estado en estos accidentes, sentando jurisprudencia. De hecho, el Supremo ratifica la sentencia inicial de 2005, de la Audiencia Nacional.

El accidente fue como otros muchos que ocurren diariamente: en un determinado punto de la carretera el motorista encontró un charco de agua y su moto hizo aquaplaning, se desestabilizó, y salió despedido contra el suelo, para acabar chocando contra una de las vigas de sujeción del quitamiedos, que le seccionó la pierna izquierda, y le causó desgarros en la derecha. Al demostrarse que una de las causas del accidente, aparte del charco de agua, fue la velocidad inadecuada, el Supremo ha rebajado la petición de 440.000 euros que pedía el motorista a sólo 120.000, reconociendo que sin la existencia del quitamiedos, las lesiones hubiesen sido diferentes.
Es de esperar, que a raíz de esta sentencia, el gobierno tome cartas en el asunto y solucione, de una vez por todas, este problema. Por dos razones: para salvaguardar la vida de sus ciudadanos (su principal deber) y para evitar la catarata de indemnizaciones que, a partir de ahora, pueden ser interminables.



Casi todos los que no conducimos un vehículo de dos ruedas, consideramos a los motoristas conductores “peligrosos”. Solemos pensar en ellos como “locos inconscientes”, que nos adelantan en plena curva o en raya continua, que ponen sus motos a cerca de 200 kilómetros por hora (cuando no los sobrepasan) y que realizan peligrosos “caballitos” en carreteras de montaña. Pero eso no es verdad. Indudablemente, existen “descerebrados” que conducen una moto (demasiados a mi parecer), pero los accidentes no se producen solamente por ese motivo. Descuidos, imprevistos o distracciones tenemos todos los conductores, vayamos en coche, camión o motocicleta, pero las consecuencias de un accidente a 50 ó 60 kilómetros por hora, se pueden quedar en un susto o una lesión leve, en el caso de los automóviles o en la muerte (por culpa de los quitamiedos) si el accidentado es un motorista.



El ejemplo más palpable de que cualquier motorista puede tener un accidente de consecuencias imprevisibles lo tenemos al principio del post: el mismísimo director general de tráfico se ha caído de la moto y, por descontado, no sería por ir “haciendo el loco”.

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