Si tienen hijos
en edad escolar seguro que me entenderán a la perfección. Llega septiembre, los
niños vuelven al “cole” y el primer día vuelven con una lista interminable de
libros de texto que, supuestamente, van a utilizar durante el curso. Los
confiados padres se acercan a una librería o a un centro comercial, piden los
libros y se acercan a la caja para pagar. Las caras, una vez les han repetido
dos veces la cifra, que a la primera no hay quien se lo crea, son dignas de
ver: ¡400 euros! ¿De qué están hechos?
La indignación se
apodera de los padres y el cabreo es aun mayor si, como es mi caso, tienen dos
hijos en cursos sucesivos en el mismo centro y de un año para otro, no pueden
reaprovechar ni un 20% de los libros.
Ya lo sé. No es
nada nuevo. Hace muchos, muchísimos años que viene ocurriendo esto. Cinco
millones de libros de texto se imprimen cada año (a 40-50 euros por unidad) y
más de un 80% de ellos acaban en la basura o en un cajón olvidado apenas acaba
el curso.
Dos cuestiones
surgen de inmediato: ¿por qué cuestan tan caros? y ¿es necesario cambiarlos tan
a menudo? A la primera de las preguntas suelen argumentar que la realización de
esos libros es muy costosa y que la tirada para poder amortizar esa inversión,
muy pequeña. ¿100.000 libros les parece una tirada corta? Pues ya los firmaría
con los ojos cerrados la inmensa mayoría de autores cada vez que sacan un
libro.
La contestación a
la segunda de las preguntas aun tiene más guasa: “los libros se tienen que
renovar para incluir las novedades que se producen todos los años”. En serio, ¿las
matemáticas de 3º de la ESO
evolucionan tanto cada año? La realidad es que, año tras año, las editoriales
cambian el ISBN, el color de las portadas y tres o cuatro de las primeras
páginas (las que más se ven) y vuelven a colocar la misma obra.
Intereses
económicos siempre ha habido muchos. No les digo nada que ya no sepan al
recordar que una de las grandes editoriales, Santillana, es propiedad del grupo
Prisa y el fallecido Jesús de Polanco siempre se llevó muy bien con los políticos
españoles, fuesen del signo que fuesen, aunque tenía sus preferencias con los
del PSOE. Incluso hoy en día, el hermano del anterior vicepresidente del
gobierno, el señor Pérez Rubalcaba, es director de Richmond, editorial de
inglés de Santillana. Y supongo que no solo “mojan” los políticos (entiéndanme,
los que tienen el poder, sean del signo que sean); algo habrá para los
distribuidores, para los claustros de profesores que eligen los libros de su centro,
para los libreros… todo un montaje multimillonario.
Hasta ahora, todo
el mundo se quejaba pero nadie hacía nada. La situación económica era buena,
los padres podían pagarlo y las administraciones públicas concedían becas a
todo el mundo, incluso sin solicitarlas. El “Rey Midas” de turno, ya fuese alcalde,
presidente de la diputación o presidente autonómico, regalaba los libros con el
dinero de todos los contribuyentes para mayor gloria suya y de las editoriales.
Pero los tiempos de bonanza acabaron, los padres andamos cortos y una vez
pasadas las elecciones del año pasado, las autonomías han cerrado el grifo y ya
no sueltan ni un euro. ¿Qué hacer?
Varias son las
soluciones que se quieren adoptar. Las administraciones públicas están
promoviendo en varias autonomías la creación de organismos (más burocracia) que
faciliten el intercambio de los libros de texto de un año al siguiente.
Supongo, aunque no lo han dicho, que también promoverán que esos libros no
cambien anualmente, porque si no, de poco valdrá el “organismo”. También la Confederación Española de Asociaciones de Padres y
Madres de Alumnos (CEAPA) y la Confederación Católica
de Asociaciones de Padres de Alumnos y Padres de Familia (CONCAPA) proponen que
se constituya un fondo de bancos de libros para todos los centros educativos.
Pero tanto unos como otros llegan tarde. Basta darse una
vuelta por algunos colegios e institutos para ver que esos bancos de libros
para trueque ya están prácticamente institucionalizados. Los tablones de
anuncios están llenos de “ofertas” y algunos organizan reuniones
extraordinarias donde cada alumno acude con los libros sobrantes del año
anterior e intenta cambiarlos por los que tendrá que utilizar en el siguiente.
Como siempre, la población española camina varios pasos por delante de sus
aletargados políticos.
Pero quizá, la iniciativa más curiosa sea la de la
compra-venta de libros de texto en plena calle de nuestras ciudades. Siempre
han existido, pero con la crisis, este “top manta” del libro de texto ha cogido
un auge inusitado. El ejemplo más claro lo podemos encontrar en plano centro de
Madrid, en la calle Libreros. Allí, justo a las puertas de las clásicas
librerías de primera y segunda mano que pueblan esta castiza calle, se pueden
ver decenas de jóvenes vendiendo sus antiguos libros a “pie de calle”, nunca mejor
dicho. Según su estado, venden libros de la ESO o de bachillerato a un precio de entre 10 y
20 euros, menos de la mitad de lo que cuestan nuevos.
Y, por supuesto, también se pueden comprar libros a través
de Internet en portales como Ebay, Segunda Mano, etc.
En fin, años y años de abusos se están volviendo en contra
de editoriales, políticos, vendedores y de todo aquel que se ha aprovechado del
“derecho” a la educación de nuestros jóvenes. ¡Cuanta demagogia para justificar
el negocio!
Una última consideración: ¿para cuando los e-book? Ya saben, menos peso en las mochilas, menos
desperdicio en papel, actualizaciones periódicas… y amortizados en menos de un
año. La mayoría de los ejercicios a través de ordenador y con un pen-drive, al
“cole”. Ya se que sería la tumba de
muchas editoriales y librerías, pero la lenta agonía que ya se ha iniciado, les
llevará al mismo destino.
Por cierto: no se les ocurra fotocopiar libros que está
prohibido y “muy” perseguido. ¡No hay día que no detengan a algún “pirata” de
la fotocopiadora! (Por supuesto, es un comentario cargado de ironía)
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