Supongamos que ahora, después de pasadas las fiestas navideñas con sus muchos (o pocos) excesos, usted se encuentra mal. Lo que empezaron siendo unas pequeñas cosquillas en el estómago han pasado a ser un molesto dolor acompañado de falta de apetito, vómitos y diarreas.
Aunque sabe que no es nada del otro mundo, decide acudir al médico con la esperanza de que le quite ese malestar con solo ponerle un ojo encima.
Aunque sabe que no es nada del otro mundo, decide acudir al médico con la esperanza de que le quite ese malestar con solo ponerle un ojo encima.
Nada más lejos de la realidad. Después de escucharle y observarle unos pocos segundos le dice con esa cara de enfado que sólo los médicos saben poner: “Usted tiene un virus estomacal o gastroenteritis viral que le afecta al estómago y al intestino delgado, inflamándole su recubrimiento. Le recomiendo que tome esta solución hidratante que contiene carbohidratos y electrolitos para evitar su deshidratación y pasados un par de días ya puede comer algunos alimentos blandos que pueda tolerar”.
Lo malo es que los médicos tienen esa extraña habilidad de palabra que les permite poder decir en tres segundos lo que a mí me ha costado escribir cinco líneas. Y claro, no hay quien les entienda. Usted le mira a la cara, comprueba que continúa estando muy serio (para mí, que no saben sonreír) y, como a cualquier hijo de vecino, le entra un cierto miedo y desiste de pedirle que lo repita. ¡Total, está apuntado en la receta que le tiende con el brazo encogido! Pero, ¡ostras!, cuando se pone a leer el dichoso papelito ¡no hay Cristo que lo entienda! Es la “académica” letra de los médicos.
Si usted tiene los síntomas descritos, no se preocupe. En un par de días se lo sacará de encima, pero ¿y si la enfermedad es más seria? En Estados Unidos, la letra ilegible, las abreviaciones sin aclarar y las indicaciones de dosis matan a más de 7.000 personas al año, aparte de dañar a otro millón y medio. Casi nada.
Una empresa catalana parece que ha encontrado la solución al problema.
Concretamente se trata de la empresa Thera, que surgió en su día de la Universidad de Barcelona, que ha desarrollado una aplicación informática que interpreta el lenguaje natural que escriben los médicos y otros profesionales de la salud cuando redactan sus informes y los codifica automáticamente.
El sistema es capaz de interpretar las expresiones y abreviaturas que utilizan habitualmente los médicos, se adapta a cualquier sistema de codificación y opera simultáneamente en varios idiomas, lo que hace posible su aplicación en todos los ámbitos de atención médica, desde atención primaria a radiología, pasando por el servicio de urgencias o consultas externas.
El sistema ha demostrado tener una fiabilidad del 95% (algunas letras no las entiende ni el médico que las escribe). Lo malo es que, de momento, la aplicación sólo está pensada para su utilización dentro de los centros de salud (porque entre ellos, tampoco se comprenden). Aunque no creo que tarden mucho en sacar una versión para el resto de los mortales.
Personalmente, no hay cosa que me ponga más de los nervios que intentar descifrar una receta. Después de media vida en la universidad ¿no han podido aprender a hacer buena letra?
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