lunes, 13 de abril de 2009

La ayuda mata a África

Siempre se ha dicho que si le dan un pez a un pobre, le quitan el hambre de ese día, pero que si le enseñan a pescar, nunca más pasará hambre. Pues bien, el libro que traemos hoy hasta aquí va, más o menos, de eso, de lo perjudicial que pueden resultar las ayudas de los países occidentales hacia el continente africano.
Dambisa Moyo es una economista africana que acaba de publicar un libro controvertido que no dejará indiferente a ninguna persona que lo lea, Dead Aid, traducido aquí por “la ayuda me mata”.
En las mentes de los habitantes de los países del primer mundo, la tesis principal del libro (la ayuda de los países occidentales está matando a África) puede provocar un rechazo inmediato. El pensamiento que inunda nuestras mentes –muy influenciadas por las campañas que efectúan artistas, cantantes y otros famosos- es que tenemos que intensificar los esfuerzos para realizar ayudas directas al continente africano para que pueda salir de la pobreza extrema en la que está inmerso. Sin embargo, Moyo rechaza esta idea y aboga por detener las ayudas económicas a los países africanos, excepto en caso de calamidades o catástrofes puntuales (como sucede cuando hay un terremoto o una sequía en el primer mundo), dejando que el continente construya una economía propia en el curso de los próximos cinco años.

El principal argumento de la economista para abolir la actual estructura de ayudas es que la mayoría de gobernantes africanos siguen en sus puestos porque el dinero sigue llegando desde Occidente. Los responsable políticos (en su mayoría tiranos o dictadores disfrazados de demócratas) no están obligados a mantener y mejorar las infraestructuras de sus países respectivos, porque se da por hecho que no tienen capacidad para ello. “Lo único que tienen que hacer para permanecer en el poder es cortejar y ofrecer sus servicios a los donantes extranjeros”.

Dambisa Moyo dice que 50.000 millones de dólares de ayuda internacional llegan a África cada año y todavía se ve la evidencia abrumadora que demuestra que esta ayuda ha hecho más pobres a los pobres. Además, el crecimiento es muy lento y deja a los países Africanos más endeudados, más propensos a la inflación, más vulnerables a los cambiantes mercados financieros, y son poco atractivos para recibir inversión extranjera.

Y aporta otra serie de datos como que “durante los últimos 60 años, se han transferido desde los países ricos a África miles de millones de dólares en ayuda al desarrollo. Sin embargo, la renta per cápita hoy es menor de lo que lo era en los años 70, y más del 50% de la población (350 millones de personas) vive con menos de un dólar diario, una cifra que casi se ha doblado en dos décadas”. O este otro: “Hace cuarenta años, China era más pobre que muchos países africanos. Sí, hoy tienen dinero, pero ¿de dónde ha venido el dinero? Ellos han construido, han trabajado muy duro para crear una situación en la que no dependen de la ayuda humanitaria”.

La economista se ha hecho famosa por criticar la labor que hacen cantantes como Bono (la presentan como la anti-Bono) o Bob Geldof, pero Dambisa todavía tiene esperanzas: la crisis económica internacional y la falta de crédito consiguiente pueden provocar la curación definitiva de la “ceguera” en la que vive África y que, a partir de ahora, ese continente no sea visto como una carga sino como un contribuyente eficaz para el desarrollo económico mundial.
Polémico pero muy recomendable este libro. Otra forma de pensar que choca abiertamente con la mentalidad imperante de la subvención y la ayuda de “papá estado”. Y ahora, no estaba pensando precisamente en África.

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