domingo, 5 de abril de 2009

El chicle de los mayas llega a Europa

Uno de los mayores problemas estéticos de las ciudades -aparte de las malditas pintadas, los actos de vandalismo que ocasionan roturas de mobiliario urbano y las cacas de los perros- lo provoca un elemento que parece pequeño e insignificante, pero que resulta persistente y muy difícil de eliminar: el chicle.
Está claro de que si los ciudadanos nos mentalizásemos, este problema dejaría de existir: sólo sería necesario enrollarlo después de su uso en un papelito y depositarlo en un contenedor o una papelera. Pero, desgraciadamente, esto no ocurre.

¿Sabían que a la hora de despegarlos del suelo, cada chicle le cuesta a los ayuntamientos (o sea, a los ciudadanos) tres céntimos de euro? Multiplíquenlos por los millones de chicles que pueblan nuestras aceras y calculen lo que nos costaría que no hubiese ni uno.
Pues bien, parece que pronto dejará de ser un problema. Y no es que la solución pase por un nuevo método más rápido y barato para quitarlos, sino en que desaparezcan por si mismos.
El invento procede de México, se llama Chicza y lo produce la empresa Consorcio Chiclero. Este chicle orgánico y biodegradable procede de la savia natural de un árbol y se presenta con sabores de menta, limón, hierbabuena, naranja, canela y frutas rojas.

Pero lo interesante no son sus diferentes sabores, sino sus características: el chicle no se pega en la ropa ni el pelo y se convierte en polvo cuando pasan seis semanas pegado en los pavimentos, con lo cual, pasado ese tiempo, las aceras quedan impolutas.
Aparte, según los fabricantes, el consumo de este chicle no provoca ningún trastorno digestivo al carecer de aditivos artificiales.

Todo el proceso de elaboración del chicle está inmerso en diversos programas de conservación y manejo de la biodiversidad. Alguno de los árboles de los que se extrae la resina tienen más de 400 años de antigüedad y han sido conservados por los indígenas mayas que explotan la selva. Luego, un consorcio de 56 cooperativas con 2.000 trabajadores son los encargados de recolectar la goma en la selva, que luego manufactura la empresa Consorcio Chiclero.
"Lo más importante es que logramos reunir en un solo producto la historia de un pueblo como el maya, la conciencia ambiental y un artículo de alta calidad" aseguran sus productores, que se definen como una empresa de comercio justo.

La zona forestal explotable para el chicle orgánico es de 1,3 millones de hectáreas, de donde en condiciones ideales se pueden obtener al año 350 toneladas del producto y eso, dividido en trocitos pequeños, son muchos chicles.
De momento van a empezarlo a exportar al Reino Unido. Esperemos que pronto podamos disponer de él en España.

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