martes, 28 de octubre de 2008

México en pié de guerra


-¿Qué está pasando en México?- me preguntaba el otro día un amigo, preocupado porque en aquel país tiene algunos familiares lejanos.
-“Están en guerra”, le respondí.
Seguramente, exageré. Pero no demasiado.



El mismo día en que llegó al poder Felipe Calderón, el 1 de diciembre de 2006, ya lo advirtió: “la guerra contra los cárteles de la droga va a ser larga y costará muchas vidas”. Y no se equivocó.
México salía de una sutil alianza promovida durante siete largas décadas por los gobiernos del PRI (Partido Revolucionario Institucional) que amenazaba con hacer desaparecer el Estado en gran parte del país. Había una relativa paz, pero el narcotráfico se hacía día a día más poderoso (con infiltraciones, no ya sólo en la policía, sino también en órganos de gobierno) . Apenas llegado al poder, Calderón echó mano del último recurso a su alcance, el Ejército y movilizó a 36.000 soldados que, aún hoy, mantiene desplegados en 12 Estados del país.
Una medida que ha tenido el mismo efecto que cuando se pisa un hormiguero: todas las hormigas salen despavoridas del agujero para no quedar atrapadas en él.



Desde entonces, el acoso al “narco” se salda con centenares de capturas (entre ellas las más recientes de Eduardo Arellano Félix, alias “El Doctor” o de Jesús Zambada, alias “el rey Zambada”), extradiciones de nombres importantes como Oscar Cárdenas o Benjamín Arellano Félix (hermano del anterior), decomisos de drogas nunca antes vistos y una explosión de violencia (de momento incontrolable) que ha dejado 8 muertos diarios desde hace veintidós meses (más de 5.000 fallecidos en total).

Se habla, incluso, que los narcotraficantes están desechando de sus “plantillas” a los sicarios tradicionales para fichar a grupos de paramilitares, mucho más violentos que los anteriores. También se dice que se están empleando estrategias de la mafia italiana para imponerse sobre los cárteles adversarios.
Y es que cualquier cosa vale con tal de hacerse con el poder de las organizaciones que han perdido a sus cabecillas o que se tienen que reubicar en otras zonas del país (ya sea por ampliar el negocio o para huir de la presión del ejército). La lucha entre las organizaciones de narcotraficantes (por la primacía del tráfico de drogas desde Colombia a Estados Unidos) y de éstas con el ejército se ha convertido en una auténtica guerra.



Si todo este tema nos indigna, quizá lo peor surgió ayer cuando se supo de la detención de Fernando Rivera, director general adjunto de la Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada por ser informante del cártel de los hermanos Beltrán Leyva. Información de “primera mano”, se podría decir. Gracias a los datos que les facilitaba el abnegado funcionario, los delincuentes podían eludir los operativos policiales y eliminar pruebas antes de los registros domiciliarios.
Al mismo tiempo también se ha detenido a Miguel colorado, coordinador técnico del mismo organismo y a otros tres agentes, aparte de haber apartado de sus cargos a otros 35 funcionarios. Se estima que los narcos pagaban entre 150.000 y 450.000 dólares al mes a los funcionarios a cambio de información reservada y datos operativos. No está mal si lo comparamos con el salario medio mexicano.
Si ya resulta indignante que un policía de base acepte sobornos, no encuentro el calificativo para designar la conducta de todo un “Director General”. Espero que pase el resto de sus días entre rejas. Aunque el daño que ha provocado ya no se podrá subsanar.



Espero que si el gobierno mexicano pide ayuda para solucionar este problema, el mundo entero les apoye, porque, con el tiempo, el narcotráfico afectará a todos los países del mundo por igual.

Siempre que leo noticias relacionadas con el poder de los narcotraficantes se me ocurre una pregunta, que dejo en el aire: si se legalizase el consumo de la cocaína y de la marihuana ¿pasarían todas estas cosas? ¿o sería peor el remedio que la enfermedad?

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