El próximo domingo se celebra el día mundial en Recuerdo de las Víctimas de los Accidentes de Tráfico. Con motivo de esta celebración se están publicando varios informes sobre el tema. Hoy ha caído uno en mis manos, uno de esos que ponen los pelos de punta.
Los accidentes de tráfico provocan al año en el mundo 1.200.000 muertos y más de 50 millones de heridos con un coste global de 70.000 millones de euros.
Si, han leído bien, un millón largo de muertos. Ojalá que los que han elaborado el informe se hayan equivocado en las cifras porque es espeluznante. Aunque mucho me temo que no sea así.
Si la tragedia humana que provocan es inmensa, se calcula que por cada fallecido existen diez personas que viven un drama infernal, la económica es incalculable.
Esta última afirmación puede parecer que carece de humanidad pero me explico: el 80% de los accidentes de tráfico ocurren en países en vías de desarrollo o en países emergentes. La cobertura que estos dan a las víctimas dejan mucho que desear pero, así y todo, provocan que se deje de destinar esos recursos a otros fines también prioritarios como la educación o la sanidad. Se llegan a contabilizar en estos países crecimientos anuales de más de un 300% en los accidentes de tráfico y algunos de ellos destinan más de un 5% de su PIB a atender a las víctimas, más de lo que gastan en sanidad.
Aquí nos llevamos las manos a la cabeza cuando todos los lunes nos informan sobre los muertos ocurridos en los fines de semana. Está claro que es para ponérselas en la cabeza (o más arriba si pudiésemos) pero el problema en los países más ricos es muy pequeño en comparación con los otros. Desde que se toman medidas para atajar este problema han descendido en más de un 50% los accidentes mortales en los países occidentales. Pero juegan con ventaja: se pueden permitir campañas intensivas de publicidad, gastarse enormes sumas de dinero en mejoras de carreteras (aunque nunca son suficientes) y los vehículos salen al mercado con todas las innovaciones técnicas, que evitan no pocos accidentes. Aun así, el coste en vidas humanas resulta inaceptable para cualquier sociedad.
Los países en vías de desarrollo necesitan de nuestra ayuda en materia de seguridad vial (como en tantas otras cosas). Los menos favorecidos se están metiendo a la carrera en un juego que es muy peligroso teniendo todos los adelantos técnicos. Imagínense en el caso de no tenerlos.
¿Cómo les pueden ayudar nuestros gobiernos? Ellos son políticos y lo sabrán mejor que yo, pero se me ocurre que empleando las mismas técnicas que se utilizaron en Alemania o Francia que en los años setenta llegaron a contabilizar 25.000 muertos anuales y hoy la cifra, aunque elevadísima, se ha quedado en 5.000.
- Le veo alterado, Don Graciano.
- Es que casi me atropellan.
- ¿Cómo ha sido?
- Un coche que iba por la calle de repente se ha metido en un parking. Estoy enfadado porque no ha puesto el intermitente. ¿Cómo cree que vamos a adivinar los demás lo que va a hacer? Casi siempre son los coches lujosos los que no lo ponen nunca. Es como si despreciasen a los demás conductores y viandantes.
- Tiene usted razón. Pero cálmese, Dan Graciano, cálmese.
Los accidentes de tráfico provocan al año en el mundo 1.200.000 muertos y más de 50 millones de heridos con un coste global de 70.000 millones de euros.
Si, han leído bien, un millón largo de muertos. Ojalá que los que han elaborado el informe se hayan equivocado en las cifras porque es espeluznante. Aunque mucho me temo que no sea así.
Si la tragedia humana que provocan es inmensa, se calcula que por cada fallecido existen diez personas que viven un drama infernal, la económica es incalculable.
Esta última afirmación puede parecer que carece de humanidad pero me explico: el 80% de los accidentes de tráfico ocurren en países en vías de desarrollo o en países emergentes. La cobertura que estos dan a las víctimas dejan mucho que desear pero, así y todo, provocan que se deje de destinar esos recursos a otros fines también prioritarios como la educación o la sanidad. Se llegan a contabilizar en estos países crecimientos anuales de más de un 300% en los accidentes de tráfico y algunos de ellos destinan más de un 5% de su PIB a atender a las víctimas, más de lo que gastan en sanidad.
Aquí nos llevamos las manos a la cabeza cuando todos los lunes nos informan sobre los muertos ocurridos en los fines de semana. Está claro que es para ponérselas en la cabeza (o más arriba si pudiésemos) pero el problema en los países más ricos es muy pequeño en comparación con los otros. Desde que se toman medidas para atajar este problema han descendido en más de un 50% los accidentes mortales en los países occidentales. Pero juegan con ventaja: se pueden permitir campañas intensivas de publicidad, gastarse enormes sumas de dinero en mejoras de carreteras (aunque nunca son suficientes) y los vehículos salen al mercado con todas las innovaciones técnicas, que evitan no pocos accidentes. Aun así, el coste en vidas humanas resulta inaceptable para cualquier sociedad.
Los países en vías de desarrollo necesitan de nuestra ayuda en materia de seguridad vial (como en tantas otras cosas). Los menos favorecidos se están metiendo a la carrera en un juego que es muy peligroso teniendo todos los adelantos técnicos. Imagínense en el caso de no tenerlos.
¿Cómo les pueden ayudar nuestros gobiernos? Ellos son políticos y lo sabrán mejor que yo, pero se me ocurre que empleando las mismas técnicas que se utilizaron en Alemania o Francia que en los años setenta llegaron a contabilizar 25.000 muertos anuales y hoy la cifra, aunque elevadísima, se ha quedado en 5.000.
- Le veo alterado, Don Graciano.
- Es que casi me atropellan.
- ¿Cómo ha sido?
- Un coche que iba por la calle de repente se ha metido en un parking. Estoy enfadado porque no ha puesto el intermitente. ¿Cómo cree que vamos a adivinar los demás lo que va a hacer? Casi siempre son los coches lujosos los que no lo ponen nunca. Es como si despreciasen a los demás conductores y viandantes.
- Tiene usted razón. Pero cálmese, Dan Graciano, cálmese.
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