miércoles, 28 de noviembre de 2007

Y LOS PIRÓMANOS ANDAN SUELTOS


Según los datos del Registro de Penados y Rebeldes, 571 personas fueron condenadas en los últimos diez años por ser responsables de provocar incendios forestales, ya sean por haberlos causado de forma intencionada o por negligencia.
La cifra puede parecer alta pero si la comparamos con el número de incendios forestales la cosa cambia: en esos diez años se produjeron en España 125.406 incendios intencionados y 36.696 incendios causados por negligencia aparte de 35.523 cuyas causas se desconocen. Es decir, sólo 4 de cada 1.000 pirómanos han sido condenados.
Pero más grave aún es que los causantes de los incendios que fueron identificados asciende a 13.700 de los cuales sólo se condenó a los mencionados 571 o, lo que es lo mismo, un 4%. Ni siquiera cuando se les coge con las manos en la masa resultan condenados.
El problema es gravísimo ya que se sabe que en el mundo rural no son desconocidos entre los vecinos ni los orígenes del fuego ni, en numerosas ocasiones, la identidad de los autores. Sin embargo, las denuncias no se producen y ante las preguntas la contestación más común es el consabido “yo no sé nada”.
Y que quede claro que no se lo echo en cara; yo tampoco lo diría si supiera que no se condena prácticamente a nadie y que las represalias por la denuncia pueden ser terribles.

¡Y todavía nos asombramos cada verano por la proliferación de incendios forestales! Lo extraño es que quede algún árbol en pié aparte de los que tenemos en nuestros jardines.
Ahora que todo el mundo anda concienciado con la moda del cambio climático ¿se imaginan el CO2 que lanzan a la atmósfera las centenares de miles de hectáreas quemadas anualmente en España? ¿Y los millones y millones de toneladas de CO2 que dejan de absorber esos árboles?
Que nuestro gobierno empiece a resolver el calentamiento global por aquí. Que se compren hidroaviones antiincendios, que se dote de medios a los bomberos y a las brigadas forestales, que se prohíba la quema de rastrojos y otras fogatas domingueras, que se limpien los montes, que hagan una repoblación masiva y a la vez responsable y que se busque y condene a esos desgraciados que nos incendian nuestros bosques.

No hay nada más triste que un monte quemado. Bueno sí; saber que encima el que lo ha hecho anda suelto por la calle.

- Cuando era pequeño, en mi pueblo cogieron a un vecino desalmado intentando quemar un monte. El resto de vecinos quería colgarlo del pino más alto pero el señor alcalde lo impidió. Eran más brutos…
- Si que lo eran, don Graciano. ¿Y cómo acabó aquello?
- Lo castigaron a servicios sociales, como se dice ahora. Al siguiente incendio lo enviaron a primera línea y terminó asfixiado por el humo y medio muerto. De esa forma supo lo que era un incendio y pasó de pirómano a defensor a ultranza de la naturaleza.

No hay comentarios: