Dos noticias relevantes dentro de lo que los humanos llamamos animales salvajes (a saber como nos llamarán ellos a nosotros).
Por un lado se ha anunciado el nacimiento de ocho crías de gacela Dorca en la Reserva Especial de Fauna de Guembeul, en Senegal. Estas crías proceden del rebaño de esta especie donado por España el pasado año y que procedían de las instalaciones del CSIC en Almería.
Es una gran noticia, puesto que demuestra el buen estado físico y fisiológico de los individuos que componen este rebaño y la rapidez con que se han adaptado a su nuevo hábitat (ningún animal tiene crías si percibe que su situación es inestable o peligrosa).
Estas gacelas son descendientes directas de las que España se trajo del zoo de El Aaiún cuando se entregó el Sahara a Marruecos y Mauritania y se han enviado a una zona en la que habían desaparecido hacía más de treinta años. Son de tamaño pequeño y viven habitualmente en zonas desérticas o semidesérticas, desde el sur de Marruecos al norte de Senegal.
En una tercera fase se llevarán hasta un gran parque en el norte del país donde vivirán en total libertad.
Por un lado se ha anunciado el nacimiento de ocho crías de gacela Dorca en la Reserva Especial de Fauna de Guembeul, en Senegal. Estas crías proceden del rebaño de esta especie donado por España el pasado año y que procedían de las instalaciones del CSIC en Almería.
Es una gran noticia, puesto que demuestra el buen estado físico y fisiológico de los individuos que componen este rebaño y la rapidez con que se han adaptado a su nuevo hábitat (ningún animal tiene crías si percibe que su situación es inestable o peligrosa).
Estas gacelas son descendientes directas de las que España se trajo del zoo de El Aaiún cuando se entregó el Sahara a Marruecos y Mauritania y se han enviado a una zona en la que habían desaparecido hacía más de treinta años. Son de tamaño pequeño y viven habitualmente en zonas desérticas o semidesérticas, desde el sur de Marruecos al norte de Senegal.
En una tercera fase se llevarán hasta un gran parque en el norte del país donde vivirán en total libertad.
La segunda noticia es mucho más desagradable y tiene tanto que ver con el mundo animal como con el mundo humano. Todos conocemos el desastre que ha ocurrido desde que se celebraron las últimas elecciones en Kenia: centenares de personas han muerto y centenares de miles han tenido que huir de sus casas por temor a una muerte segura a manos del gobierno, de la oposición, de la etnia contraria o de cualquier otro loco que ande suelto.
Pero esto no sólo ocurre en Kenia. Por desgracia, el continente africano está salpicado de conflictos bélicos que obligan a sus habitantes a tener que coger todo lo que les cabe en fardos improvisados y salir huyendo para salvaguardar lo más preciado: la vida.
¿Y qué ocurre cuando están desplazados, sin dinero, comida ni cobijo? Aquí entra en juego el instinto de supervivencia y se come cualquier cosa que se tenga a mano, como, por ejemplo, las criaturas salvajes de las reservas más cercanas a sus improvisados campos de refugiados.
Reservas naturales como las de Tanzania se ven esquilmadas año tras año. Se estima que a mediados de los años noventa, en la época que mas desplazados había en la zona provenientes de Ruanda, Burundi o el Congo (unos 800.000), semanalmente se consumían en el país siete toneladas y media de carne de animales salvajes.
Aparte del daño que se le infringe a la fauna, los refugiados están expuestos a numerosos riesgos, puesto que estos animales carecen de cualquier garantía sanitaria.
La población autóctona también le rechaza, ya que ven como llegan de fuera de sus comunidades y les roban uno de sus bienes más preciados. Y para culminar sus desgracias, son perseguidos por las autoridades que quieren que se respeten sus parques naturales. Existen leyes contra la caza furtiva, pero cuando uno tiene hambre y nadie le ayuda… Resumiendo, doble catástrofe, humanitaria y ecológica.
Los refugiados huyen de las pistolas de sus países para terminar huyendo de las escopetas de los guardias de las reservas naturales. Tremenda paradoja.
¿Y los animales salvajes? Esos tienen que huir de todo el mundo.
Algo funciona mal. ¡Malditas guerras!
¿Y qué ocurre cuando están desplazados, sin dinero, comida ni cobijo? Aquí entra en juego el instinto de supervivencia y se come cualquier cosa que se tenga a mano, como, por ejemplo, las criaturas salvajes de las reservas más cercanas a sus improvisados campos de refugiados.
Reservas naturales como las de Tanzania se ven esquilmadas año tras año. Se estima que a mediados de los años noventa, en la época que mas desplazados había en la zona provenientes de Ruanda, Burundi o el Congo (unos 800.000), semanalmente se consumían en el país siete toneladas y media de carne de animales salvajes.
Aparte del daño que se le infringe a la fauna, los refugiados están expuestos a numerosos riesgos, puesto que estos animales carecen de cualquier garantía sanitaria.
La población autóctona también le rechaza, ya que ven como llegan de fuera de sus comunidades y les roban uno de sus bienes más preciados. Y para culminar sus desgracias, son perseguidos por las autoridades que quieren que se respeten sus parques naturales. Existen leyes contra la caza furtiva, pero cuando uno tiene hambre y nadie le ayuda… Resumiendo, doble catástrofe, humanitaria y ecológica.
Los refugiados huyen de las pistolas de sus países para terminar huyendo de las escopetas de los guardias de las reservas naturales. Tremenda paradoja.
¿Y los animales salvajes? Esos tienen que huir de todo el mundo.
Algo funciona mal. ¡Malditas guerras!
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