miércoles, 10 de septiembre de 2008

De la patera a los Juegos Paralímpicos


Como cualquier otro año bisiesto, el mes de agosto ha pasado y con él los Juegos Olímpicos. Aparte del desastre de haberlos organizado para mayor gloria de la dictadura comunista china (como ya nos quejamos reiteradamente desde este blog), el resto ha funcionado a las mil maravillas: espectáculo, emoción, buen entretenimiento, grandes deportistas... pero cada vez se echa más en falta el denominado “espíritu olímpico”.
Y es que es muy difícil conseguir que deportistas que cobran veinte millones de euros al año se impliquen y lo den todo tal como lo harían los deportistas amateurs. Defienden los colores de su país y se esfuerzan por conseguir los mayores logros, pero en el fondo sus mentes están más pendientes de su vida profesional que en una competición que se celebra cada cuatro años.

Desde hace ya varias ediciones, con posterioridad a los Juegos Olímpicos se celebran en la misma ciudad los Juegos Paralímpicos. En ellos, personas con alguna deficiencia física luchan, al igual que en los otros juegos, por conseguir los máximos logros deportivos.
Pero en esta ocasión las circunstancias son diferentes; estos deportistas no tienen fichas astronómicas y para poder vivir se dedican a otros menesteres. Ellos no son superestrellas (ni falta que les hace) con millones de fans en todo el mundo, simplemente son deportistas que se juntan cada cuatro años para competir por las medallas en juego y no para ganar contratos publicitarios. De acuerdo que el espectáculo deportivo no es el mismo, pero el “espíritu olímpico” es el auténtico, el que verdaderamente emociona y el que le da a la palabra “olimpismo” el valor que tenía en sus orígenes.

Buena muestra de ello nos lo brinda un reportaje que hoy publica elmundo.es. En él nos hablan de un atleta español, de origen marroquí, que, parece ser, no tiene rival en la prueba de 1.500 metros. Pero su historia no se parece en nada a la de deportistas como Bolt, Nadal, Phelps, Federer, Gasol o Bryant. Su historia es la de una persona con un afán de superación que no conoce límites.
Nació en la pequeña población de Mellab, al sur de Marruecos en una familia con escasos recursos económicos. Todavía muy joven sufrió un accidente mientras trabajaba en las labores del campo y debido a una deficiente asistencia sanitaria, se le gangrenó el brazo y se lo tuvieron que cortar casi a la altura del hombro.
Desde siempre le gustaba mucho correr. Su gran ídolo era Said Auita, al gran mediofondista marroquí. Ganó un campeonato en su escuela y se notaba que tenía futuro, pero después del accidente, sus sueños se truncaron.

Con 15 años tomó la decisión más trascendente de su vida. En Marruecos su futuro era muy sombrío; con un solo brazo encontrar trabajo era sumamente difícil y se veía abocado a una vida mísera. Así que Abderrahman Ait Khamouch, que así se llama nuestro protagonista, se embarcó en una patera y llegó a suelo de Fuerteventura, en una experiencia que no desea a nadie. Peregrinó por varios centros de acogida hasta llegar a Barcelona donde encontró trabajo en un parking del centro de la ciudad ya que hablaba con fluidez el idioma francés.
Ya con un trabajo para subsistir, volvió a su gran pasión, el atletismo. Poco a poco fue destacando en las competiciones en las que se inscribía y le inscribieron en la federación Catalana de Deportes para Discapacitados. La vida, a partir de entonces, empezó a sonreírle y le concedieron una beca del Comité Paralímpico Español.
Hoy en día reside en el Centro de Alto Rendimiento de San Cugat, en Barcelona, donde compagina sus entrenamientos con los estudios de 4º de ESO y se ha matriculado en informática. Incluso tiene una novia española. (¿Pero no decían que los inmigrantes no se integraban?).



El pasado 25 de agosto el Consejo de Ministros le concedió la nacionalidad española, trámite indispensable para poder competir en Pekín (si no tuviese posibilidad de medalla ¿se la habrían concedido?) y ahora va a luchar por conseguir ganar las pruebas de 1.500 y 800 metros.
Seguro que cuando las gane, habrá muchos españoles, de los que reniegan de la inmigración, que hablarán maravillas de nuestros deportistas y que se sentirán orgullosos por la cantidad de metales que se han conseguido. Allá ellos con su hipocresía.

Abderrahman, mientras, disfrutará haciendo lo que más le gusta, correr. Poco importará que le falte un brazo. Sabe que ha tenido más suerte que muchos de sus compatriotas inmigrantes, pero como él mismo dice “la suerte hay que buscarla”.

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