martes, 8 de abril de 2008

Semáforos que contaminan


Les pongo como ejemplo la carretera que me toca pasar todos los días un par de veces para acudir al trabajo. El trayecto al que me refiero es de unos tres kilómetros de doble carril por sentido, jalonado por tres semáforos puestos más o menos a cada kilómetro. El tráfico de la carretera es de aproximadamente unos veinte vehículos por minuto en cada sentido y de los cruces de los tres mencionados semáforos sale un vehículo cada cinco minutos.
Pues bien, con precisión de reloj suizo, cada minuto se ponen en rojo los semáforos de la carretera principal para dejar pasar a los supuestos coches de los cruces secundarios. Claro que la mayoría de las veces, los veinte vehículos paran para nada, ya que no sale nadie del cruce semafórico. ¿Saben cuanto carburante deben de consumir esos veinte vehículos arrancando en cada semáforo y el peligro de accidentes que conlleva hacer parar bruscamente a una caravana de vehículos? El carburante no lo tengo calculado, pero en cuanto a la seguridad, la carretera está repleta de frenazos bruscos y de multitud de cristales rotos de pilotos y faros.

Pero la incongruencia no termina aquí. La carretera tiene un límite de velocidad de ochenta kilómetros por hora. Cuando un vehículo arranca del semáforo, sin prisas pero sin pausas, va engranando las marchas poco a poco y al llegar a la quinta velocidad (cuando el vehículo consume menos), a una velocidad aproximada al límite establecido y acercándose al siguiente semáforo, comprueba con estupor como éste se pone en ámbar y después en rojo. ¡No están sincronizados! Los vehículos arrancan todos juntos para pararse todos juntos en el siguiente cruce y después en el siguiente. Se da la paradoja de que la carretera está vacía la mayor parte del tiempo y los coches parados. Es más; se premia al infractor, porque si uno arranca a todo lo que le dé el coche, al llegar al siguiente semáforo circula a 130 por hora y logra pasarlo en ámbar.
¿Cuántos céntimos de más en gasolina consumirá un coche en hacer tres kilómetros parando tres innecesarias veces contra hacerlo a una velocidad constante de 80 kilómetros por hora? Pues multiplíquenlo por veinte y por cada minuto del día.

Supongo que ejemplos como éste tendrán que sufrirlos ustedes varias veces al día en multitud de carreteras y vía urbanas de nuestras ciudades. El ahorro en el consumo de carburantes depende en gran medida del consumidor final. Ya saben; más desgaste de zapatos y menos derroche de energía. Pero los organismos oficiales, ya sean locales, provinciales o nacionales, son también culpables en gran medida del derroche energético. ¿No han oído hablar de los semáforos con sensores de movimiento o de presencia? ¿O de la sincronización de los semáforos en milésimas de segundo que llevan a cabo los sistemas informáticos de las grandes ciudades europeas cuando las circunstancias del tráfico cambian?

Aquí sólo se preocupan de instalar cámaras trampa detrás de los pasos elevados de las autovías, para pillarnos la matrícula por detrás cuando circulamos a 10 kilómetros más de lo permitido y poder después enviarnos la “felicitación” a casa. Para eso sí que valen. Lástima que para facilitar la conducción, evitar accidentes y ayudarnos a ahorrar combustible no sirvan. Claro que en ese caso, perderían ingresos con el impuesto sobre hidrocarburos.

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